La escena que mostró la prensa era de hondo dramatismo. En un juzgado de Ciudad del Este un procesado, al cual se le estaba por leer la sentencia del Tribunal, se sintió súbitamente mal, se desvaneció y cayó al piso. Llamaba la atención la manera despreocupada con la que reaccionaron los testigos. Pero, ya lo sabe, el texto sin el contexto es un mero pretexto. Y el contexto era que el hombre caído era el abogado Crispín Villalba, quien estaba escribiendo el fallido último capítulo de una larga saga de chicanas y postergaciones de la acción judicial.
Su espectacular desmayo no logró evitar que sea condenado a seis años de cárcel por trata de personas. Había sido denunciado en el 2009 por dirigir una estructura delictiva que enviaba mujeres a España y las obligaba a ejercer la prostitución. Villalba se las había arreglado –con variados e ingeniosos argumentos– para suspender en doce ocasiones su juicio oral.
Además había logrado que no se efectivice otra condena de cinco años que tenía por abuso sexual en niños. Y además, según lo publicado, había sido denunciado por su ex secretaria por violación en 2013. Y además, ese mismo año había destruido a martillazos una oficina de Puertos del Alto Paraná. Y además, en el 2014 fue detenido al intentar escapar de un control policial con una mujer que contaba con orden de captura por proxenetismo. En esa oportunidad, una turba de furiosos amigos de Ciudad del Este obligó a los agentes de la comisaría a que lo liberaran. Hay otros “además” en el currículum del abogado Crispín Villalba, pero en todos los casos logró evitar que las torpes y cortas manos de nuestra Justicia lo alcancen.
Solo por eso su caso es noticia. Que vaya preso por el delito de trata de personas suena casi inédito en un país acostumbrado a que los casos judiciales se prolonguen hasta las calendas griegas. Esta es una locución latina que indica algo que probablemente no ocurrirá nunca. Resulta que los romanos llamaban calendas a los primeros días del mes, cuando vencía el pago de las deudas. Como los griegos jamás usaron las tales calendas la expresión da a entender que alguien no pagaría nunca. Es como decir en guaraní agãnte –un día de estos, en algún momento–, expresión indefinida que nos remite al País de Nunca Jamás.
Si Peter Pan fuera paraguayo sería presidente de la Corte Suprema. En esa parte del Estado, el tiempo corre de manera más lenta. Los cajones y las tarifas convierten a los expedientes en eternos niños que nunca llegan a la madurez. En un mismo día de esta semana fueron suspendidas por sucesivas e interminables chicanas tres audiencias preliminares en los juicios de los políticos Víctor Bogado, Salym Buzarquis y Luis Ortigoza. Por eso la condena dispuesta por tres juezas del Alto Paraná a un legendario chicanero, la labor de la fiscala Teresa Martínez y la tenacidad de la mujer que lo denunció merecen ser destacadas.