En el capítulo 7 de dicha Carta se habla de “El ídolo del poder”.
“Hechos de orden político-social hemos mencionado en otras muchas ocasiones. En la última carta hemos reflexionado sobre las múltiples formas de violencia y de tortura, sobre la mentira como sistema de vida y de propaganda.
Hoy queremos agregar a estos hechos negativos las calumnias y las falsas delaciones que tan profundamente lesionan la convivencia nacional. Se intriga y se denuncia falsamente, sin medir la gravedad de las consecuencias, lo mismo a pobres e indefensos ciudadanos que a sacerdotes y obispos. No se respeta ya la amistad. Estos hechos graves están unidos a la obsecuencia y la adulación, que si ya son deplorables en quienes las practican, deshonran también a quienes las aceptan y las fomentan.
También hemos sido testigos de repetidos actos de abuso de autoridad y de prepotencia, sobre todo en el interior del país, que no han recibido el tratamiento debido ni la sanción justa.
Aquí hay que mencionar también actos de atropello y desalojo contra poblaciones campesinas, con apoyo de las autoridades locales e indiferencia de la superiores.
Muchas veces son las mismas instituciones encargadas de promover el bienestar rural que son responsables de estas situaciones: dobles títulos de propiedad, mensuras y demarcaciones defectuosas, favoritismo e influencias injustificables...
Estos hechos son siempre perjudiciales para la paz pública porque sus propios protagonistas son hombres que ejercen autoridad o cargos públicos al servicio del Bien Común”.
Los obispos del Paraguay escriben esto en plena dictadura. Lo leo en el año 2016 presumiblemente en democracia. Ahora nos está sucediendo lo mismo.
Y piden reelección.