La agricultura familiar es como el tagua o la rosa del campo a la que cantaba Emiliano R. Fernández: está en vías de extinción.
Y si fuéramos más lejos, amo hapópe, también los campesinos minifundiarios —esos que alguna vez tuvieron 10 hectáreas que se fueron achicando en sucesivos repartos a los hijos que no salieron del entorno comunitario— van camino a ser pronto tan solo un recuerdo.
La desaparición de los cultivos de renta (algodón, naranja agria para la producción de esencia de petit grain, sésamo, tabaco, etc.) debilitó en extremo los de la mera subsistencia (mandioca, maíz, caña dulce y poroto). El resultado es que la vida del kokueséro está cada vez más cerca de la muerte.
Paralelamente, los animal ogapy (gallinas, patos, chanchos, guineas y pavos) se extinguieron en las ollas y no hubo forma de retener los pequeños hatos de vacas, ovejas y cabras.
La consecuencia es lo que hoy está a la vista de todos: muchos ya no quieren vivir en el campo, prefieren trasladar su pobreza a las orillas de las ciudades.
Mientras tanto, no solo con tractores sino con aplanadoras y sierras, la agricultura tecnologizada de los poderosos de la soja y la ganadería avanza a marcha forzada.
La desolación, el desaliento y la desesperanza de los que piensan que ya no tienen nada que hacer —léase cómo sobrevivir— en sus tierras les son favorables a los que con plata en ristre son voraces tuku que engullen hasta la sombra que encuentran a su paso.
Los ministros de Agricultura y Ganadería anteriores se han especializado en discursos para el ñemongele’e de los campesi- nos sin remedio. Discurso-pe ohopa. Para las fotografías estuvieron en primera fila; para la acción, en la última.
El que viene, Jorge Gattini, repite el lugar común al afirmar que les dará prioridad “a los grupos vulnerables de la agricultura familiar”.
Para fomentar el desarrollo de los pequeños productores, pone énfasis en la organización. En teoría, es el camino adecuado. Pero... ¿y los desorganizados, aquellos que no forman parte de una asociación o de una cooperativa?
El presidente Cartes habló de oportunidades para todos. Para que eso sea posible, hace falta que, en primer lugar, se recupere la autoestima del pequeño productor. Hoy él está bajo tierra, desalentado en extremo. No ve un horizonte que pueda devolverle al menos algún fragmento de esperanza para seguir anclado en su entorno habitual.
Para que vuelva a creer que puede sobrevivir y trabajar en el espacio en el que se encuentra perdido, necesita señales concretas del Gobierno.
La responsabilidad del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) es encontrar cuanto antes la forma de convencer a los que están hartos de ser campesinos por la situación en que se encuentran, para que se queden en su kokue âkâ. Y puedan vivir con dignidad.