La tradición sigue siendo la misma: Mucho antes de lo establecido en el Código Electoral, los políticos irresponsables y ávidos de mantener sus privilegios empiezan ya su campaña de caza de votos. Por eso es que, aun cuando los plazos de proselitismo estén claramente determinados dentro de límites razonables, se observa ya en el escenario nacional una puja malsana y extemporánea.
No solamente están en este despliegue aquellos que abiertamente exhiben sus calcomanías, realizan reuniones, utilizan los medios de comunicación con abiertos fines proselitistas, sino que también distribuyen medicamentos y encienden sus diatribas contra sus oponentes. Están además aquellos que de modo solapado, recurriendo a medios del Estado, pretenden ganar adeptos a su causa.
Tanto aquellos como estos le causan un grave daño al país porque van estableciendo un clima en el que la atención está centrada en el intercambio de insultos, la promoción de falsas solidaridades, mentiras más o menos disfrazadas, promesas incumplibles y exposición constante a los medios informativos.
Ante tantas situaciones que requieren una urgente respuesta de los que conducen el timón del país desde diversos ámbitos, esa actitud es perniciosa porque pone freno a lo que se está haciendo bien y, sobre todo, posterga lo que tendría que estar en marcha hace tiempo.
Cuando las palabras y los gestos de los políticos adquieren tono de captación de votos, ya no hay objetividad ni se piensa en el bien colectivo. Todo apunta hacia aquello que en las urnas les va a dar determinada cantidad de sufragios favorables.
Entre las situaciones que requieren atención y respuestas inmediatas de los políticos está la pobreza con sus diversas manifestaciones.
Los programas sociales del Gobierno son insuficientes cuando lo que en realidad se requiere es crear fuentes de trabajo, resolver la tenencia de la tierra para los campesinos, buscar mecanismos para insuflar autoestima a sectores postergados y hacer efectiva la idea de brindar oportunidades a los jóvenes de manera sistemática.
La inseguridad es otro escollo cotidiano.
Empezando por el EPP en el Norte, se llega a los asaltos callejeros que ponen en jaque la tranquilidad ciudadana a diario.
La corrupción en las instituciones del Estado, la falta de eficiencia de los servicios públicos, la educación que a gritos reclama calidad, la salud golpeada por las crónicas deficiencias en la atención a los más desfavorecidos económicamente y otros problemas urgentes exigen la dedicación plena de los políticos para buscar soluciones inmediatas.
Los electores tienen que estar muy atentos para identificar a los que en vez de atender las necesidades generales se dedican ya a sus intenciones particulares.
Solamente de ese modo, podrán pasarle en las urnas la factura a los que han traicionado su obligación de anteponer los intereses de la República a los suyos.