Criticamos el abuso, la prepotencia, el prebendarismo, la corrupción, la falta de educación, de ética, en fin, todos esos excesos lamentablemente típicos –es verdad, hay que reconocerlo– en la conducta de muchos de nuestros dirigentes (no solo políticos, sino también empresariales, sociales y hasta futboleros), pero no los vemos en nosotros mismos.
¿Por qué cree que sigue habiendo robos de celulares o computadoras, por ejemplo?
La respuesta es obvia: porque hay compradores ávidos y sedientos de obtenerlos, al menor precio posible y sin preguntar siquiera su procedencia.
En estos días nos sorprendimos y solidarizamos con la suerte que le cupo correr a un joven (quien al momento de escribirse estas líneas todavía seguía internado), al ser baleado por otro joven que se llevó su celular y el de una joven a la que aquel intentó defender del asaltante.
Por suerte en este caso –aparentemente– los agresores, entre ellos un autor confeso, están detenidos, e inclusive fue demorado el comprador casual del celular del chico asaltado.
Indudablemente esta sociedad sería mucho más sana y honesta si todos y cada uno de nosotros comenzamos a hacer lo que debemos y se espera de nosotros.
Empezar, por ejemplo, no adquiriendo un celular o cualquier otro equipo electrónico sin conocer su procedencia y menos cuando se ofrece en la calle o en las redes sociales, y a tan bajo precio, porque como mínimo fueron robados.
Podemos también iniciar ese cambio que tanto queremos respetando cuestiones tan mínimas, pero tan importantes, como cumplir las leyes de tránsito, o ejerciendo y poniendo en práctica aquellas normas de convivencia básicas como dar las gracias o ceder el paso.
Siempre dije y sigo sosteniendo que a una sociedad culta, democrática y respetuosa de los derechos de todos y todas se la identifica claramente en la forma cómo conducen sus vehículos –tanto los privados como los del transporte público de pasajeros– sus habitantes.
Y usted ya sabe, en nuestras calles... lamentablemente sigue imperando la ley del más fuerte, es decir, del prepotente.
Que tenga un excelente resto de jornada.