La ministra de Salud de la provincia argentina del Chaco, Mariel Crespo, anunció que en la reunión de ministros y gobernadores de su país con sus pares paraguayos, el jueves y viernes en Encarnación, planteará que el Paraguay analice cómo retribuir los costos que les representa la atención a numerosos connacionales que cruzan la frontera en busca de atención médica en esa región del vecino país.
A priori, una noticia así indigna. Instintivamente pensamos: ¿Dónde está la solidaridad, el Mercosur Social, la hermandad sudamericana?
El reclamo de la ministra chaqueña de Salud, así tal cual lo plantea, golpea. Nos hace sentir pequeños, vulnerables. Pero también despierta rabia, no contra la Argentina, que históricamente ha amparado a millares de paraguayos y lo siguen haciendo.
De hecho es el país donde se encuentra la mayor colectividad de paraguayos. Además, numerosos niños de nuestro país reciben atención de calidad y especializada en el famoso hospital Garrahan de Buenos Aires todos los años; y los connacionales de la zona del Ñeembucú concurren normalmente a Formosa y a Resistencia en busca de los servicios sanitarios.
En esta segunda ciudad lo hacen en el Hospital Pediátrico como en el Hospital Perrando, según la misma ministra de Salud. Ella dice que esta situación impacta en el presupuesto de estas instituciones, por lo que precisan una compensación.
Es decir, que el Estado paraguayo costee los gastos de pacientes de este país que se atienden en el Chaco. El planteamiento es razonable y justo, por tratarse de una provincia afectada por profundos problemas sociales. Según el Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana (Isepci), el 48,1% de los chaqueños es pobre y el 14,4% es indigente.
La pregunta es ¿por qué muchos paraguayos tienen que cruzar la frontera e ir a los países vecinos para acceder a servicios elementales como los de salud, educación, alimentación, y otros?
La indignación debería estar focalizada hacia quienes se apropian impune y continuamente de los recursos públicos del Estado paraguayo condenando a miles de connacionales a vivir como parias en su propio país y, desesperados, buscar en las naciones vecinas lo que por derecho les corresponde recibir en su tierra.
Si se destinaran los recursos a sus fines genuinos y se utilizara cada guaraní con honestidad, ningún paraguayo iría a las escuelas, colegios, hospitales e instituciones benéficas de los países de la región.
Si se robara menos cada departamento del Paraguay ya debería contar con los mejores servicios sanitarios a estas alturas.