De un tiempo a esta parte, las noticias del Brasil son todas negativas. Cinco años atrás parecía que Brasil por fin se encaminaba hacia el desarrollo.
¿Qué pasó para que todo haya cambiado tan drásticamente? ¿Qué falló, la política, la economía o ambos? ¿Qué desafíos tiene que enfrentar para reencauzar la economía?
Brasil tiene ciertas características estructurales que limitan su potencial de crecimiento económico. Un bajo nivel de ahorro nacional, una carga tributaria extremadamente alta (40% del PIB) además de regulaciones laborales y previsionales que finalmente terminan representando un elevado “costo Brasil” que imposibilita a amplios sectores industriales ser competitivos a nivel internacional.
Estas debilidades estructurales fueron profundizadas en los últimos años. Esto sin que se notara por el efecto positivo que tuvo el “superciclo de commodities” y la abundancia de capitales que concurrentemente existió en el mundo en la última década.
Brasil creció gracias a la exportación de commodities como el acero, la soja, la carne, etc., y a la utilización del ahorro externo para financiar el gasto público y el consumo privado. Crecieron los sectores agropecuarios y de servicios, pero decreció el sector industrial.
La política económica fue altamente procíclica, tanto la fiscal como la monetaria. Se expandieron grandemente los programas de transferencias, el crédito del BNDES para financiar grandes proyectos y el crédito bancario privado al consumo, etc.
El superciclo terminó. El Estado brasileño no aprovechó para ahorrar y la deuda pública ha alcanzado niveles peligrosos para la estabilidad macroeconómica del país.
Los desafíos de la política económica son enormes y los márgenes de maniobra son pequeños, en un país ya convulsionado política y socialmente. Por lo tanto, hay que definir prioridades.
La prioridad en el corto plazo es eliminar el déficit fiscal que en el 2015 alcanzó el 10,4% del PIB y estabilizar la relación deuda pública/PIB para luego reducirla gradualmente del 70% actual a niveles del 60% a mediano plazo.
El déficit fiscal está explicado principalmente por el déficit del sistema previsional y por los pagos de intereses de la deuda pública. Solo los intereses representaron un 8,6% del PIB en el 2015.
Por lo tanto, además de la reforma previsional, es necesario buscar estrategias para reducir el costo de la deuda pública.
El 85% de la deuda está en manos de inversionistas brasileños. El 65% está indexada a la tasa de política monetaria del Banco Central del Brasil (Selic), la cual hoy está en un 14,25% anual y a la inflación del IPC que hoy está en 9,3% anual.
Es necesario reducir la tasa de inflación a la meta del Banco Central del 4,5% anual y concomitantemente reducir la Tasa Selic a niveles del 7,5% anual. Ambas cosas son factibles a mediano plazo y podría reducir el déficit fiscal en un 3,25% del PIB solo por este efecto.
Considerando los ingresos tributarios basados en el PIB cíclicamente ajustado, sería necesario un ajuste adicional en los gastos primarios de entre el 3 y 4% del PIB para alcanzar el equilibrio fiscal en un periodo de 3 a 5 años.
El ministro de Hacienda, Henrique Meirelles, ha dicho que encontró una situación fiscal más difícil aún de lo que pensaba inicialmente y ha anunciado una reforma para reducir el déficit previsional como un primer paso. Están encarando el problema de manera coherente esta vez.
Por lo tanto, si bien los márgenes de la política económica son exiguos, es posible corregir el déficit fiscal a través de un programa de ajuste coherente y con perspectiva de largo plazo. Esto permitirá al Brasil restaurar la confianza en la economía, salir de la recesión, reactivar el crecimiento y la creación de empleos. Como siempre, está en manos de la famosa voluntad política.