El primero de marzo pasado me llamaron, de radio Monumental, Menchi Barriocanal y Óscar Acosta para hablar sobre el significado de la fecha. En la interesante conversación que tuvimos, yo cité la frase de Rafael Barrett: “Sorprende que un pueblo con tantos problemas presentes se ocupe tanto del pasado”. Eso lo dijo Barrett hace más de cien años, y sigue teniendo vigencia: la historia sirve como un medio de ignorar el presente con las polémicas sobre el pasado.
Por suerte, no es así en todos los casos, pues existen personas e instituciones comprometidas con el conocimiento del presente, como el centro de investigación Base-IS, que ha publicado una serie de folletos y libros muy importantes. Hace unas semanas, lanzó en el Archivo Nacional varios libros, de los cuales tengo tres.
Uno es el de Tomás Palau y María Victoria Heikel, Los campesinos, el Estado y las empresas (Asunción: Base, 2016). Se trata de la reedición de un conjunto de estudios publicados en 1987, sobre la llamada marcha hacia el Este, la “modernización” del territorio de Alto Paraná y Canindeyú.
Para resumirlo por contraste, citaré una serie de publicaciones oficialistas (diarios Patria y El País) de agosto de 1958, que elogiaban la obra del gobierno de Stroessner, incluyendo la ruta hacia Puerto Presidente Stroessner (hoy, Ciudad del Este).
Allí aparecían fotos de los trabajos de la ruta construida hacia Stroessner (según comentarios) a través de una selva hasta entonces solo poblada por fieras e “indios salvajes"; eso era el progreso.
Es necesario leer el libro para comprender el precio de aquel presunto progreso: depredación ecológica, marginalización, especulación con la tierra, contrabando en gran escala.
¿Existe alguna alternativa al sistema basado en el acaparamiento de la tierra, la especulación, la producción orientada a la exportación, sin tomar en cuenta las necesidades de la población? Sí, responde Luis Rojas en su libro Tereré Jere (Asunción: Base, 2015).
Para el autor, el sistema vigente no es el único posible ni el más deseable, y nos propone como alternativa la agroecología, o agricultura sustentable, que permite utilizar los recursos naturales y conservarlos, en vez de contaminar la tierra, el agua y el aire como se contamina ahora.
En vez del consumismo a cualquier precio, el investigador propone la cooperación y la distinción entre las necesidades básicas del ser humano y las necesidades fomentadas por el propósito de aumentar las ganancias.
Con lo anterior se relaciona la obra de Patricia Agosto y Marielle Palau: Hacia la construcción de la soberanía alimentaria (Asunción: Base, 2015).
¿Por qué soberanía? Porque la alimentación de un pueblo no debe quedar sometida a los intereses de las empresas multinacionales, ni a las variaciones del precio de los alimentos en la bolsa internacional.
Vistos como meras mercancías (commodities, he’i jagua paquete), los alimentos son objetos que se compran o venden para conveniencia de productores y especuladores, no de los consumidores, y eso no debe ser; cómo evitarlo es el tema del libro, que los interesados pueden conseguir gratis (junto con los otros dos) en Base-IS.