Podemos imaginarlo, pero la vivencia la tienen y tuvieron niños de todos los rincones del país. Recibir clases bajo los mangos ya es todo un clásico de la educación paraguaya. ¿Alguna vez dimensionaremos lo significativo que es esto para el proceso de enseñanza-aprendizaje? ¿Qué cosas pasarán por la cabeza de un niño que está aprendiendo las reglas de la división, los componentes de la sociedad, la clasificación de los seres vivos, la conjugación del verbo satisfacer y, al mismo tiempo, sabe que sus condiciones de aprendizaje no son iguales en comparación a las de otros niños del país? Si ni siquiera un aula decente podemos ofrecerle, ¿cómo será en los otros aspectos del complejo proceso educativo?
Solo pensando en la dimensión sicológica, como la motivacional, por ejemplo, ¿qué ideas se irán incubando en niños que reciben el poderoso mensaje de que no merecen un aula para tener clases? ¿Tendrá ganas de ir a la escuela? ¿Rogará para que llueva? Con semejante muestra de interés hacia su persona, ¿amará a su patria, tal como les inculcan los vacíos refranes? Fuera del peligro que significa a su integridad física –que no es menos–, también debe verse lo que representa a nivel moral el que no se les ofrezca a nuestros niños un lugar adecuado para estudiar
¿Cuántos millones recibieron los intendentes de varias localidades desde el Fonacide? Había razones para desconfiar de ellos, pues el historial de nuestros gestores políticos nunca fue positivo. Son casos raros aquellos que invierten en infraestructura; la gran mayoría se traga el dinero junto con su grupete de adeptos y luego presenta un rendimiento haciendo trampas. Si luego caen techos sobre la cabeza de sus niños compueblanos les importa un rábano, menos aún les interesa que tengan una condición ideal de aprendizaje.
Tantas cosas podemos comprender acerca de nuestra calidad de vida, acerca de cómo hacemos las cosas los paraguayos, del porqué parecemos estar condenados a la pobreza y marginación, cuando vemos a nuestros escueleros buscando una sombra donde su maestra pueda ubicar el derrengado pizarrón e impartir una clase decente. El MEC parece un monstruoso Jano, mostrando por un lado una cara de innovaciones, con buena gestión en varios aspectos y, por el otro, conserva aquella cara tan abominable en la que se comporta como una seccional al servicio del poder de turno, con todos los vicios de nuestra politiquería.
No es de adultos de quienes hablamos, sino de nuestros niños. Si a ellos no los cuidamos, difícilmente saldrán personas bien formadas, con ganas de trabajar y mejorar el lugar de donde provienen. Ese es el mensaje que están recibiendo. Luego no nos quejemos.