Estas líneas se perpetran horas antes de la convención colorada de ayer. Así que no sabemos si Cartes fue entronado rey de Paraguay o renunció a la reelección para ir a gobernar el mundo con Francisco en Roma (por los antecedentes de ambos, la afinidad que tienen –hasta Solcito fue recibida por el Pontífice– es como mínimo extraña; pero el amor suele encontrar su propio camino). Los colorados son capaces de cualquier cosa, entonces hablemos de situaciones más predecibles y racionales.
En la educación formal la inteligencia emocional es una de las varias materias prácticas y aplicables que brillan por su ausencia. Saber administrar emociones debería ser un tema curricular tan importante como saber sumar o escribir.
Anteriormente, lo que hoy algunos llaman la “educación en valores” y en siglos pasados se denominaba “educación sentimental” era hace dos o tres décadas atrás una preocupación oficiosa de los profesores de Educación Física o amigos de supuesta mayor experiencia. Por eso es un milagro que en nuestra generación no haya habido más asesinos seriales u orates ambulantes.
Antes recibías un marco ético y moral de tu familia y tu entorno inmediato. Después te arreglabas como podías.
Ir a un sicólogo era para locos a punto de ser certificados. Y si llamaba la profesora a tus padres, más vale que haya sido porque incendiaste el colegio, pues en tu casa te zurraban de forma preventiva como si fuera que realmente cometiste tal desliz.
Para los que pasamos la diáfana línea de los 40 años, el bullying nos resulta un hecho incomprensible a la luz de nuestro tiempo. Dónde están los amigos, el hermano, el primo o compañeros de aula del atacado para defenderlo y restablecer el equilibrio. ¿Se perdió la contención del grupo? ¿El fuerte ya no protege al débil? ¿El grupo dejó de ser diverso y ahora solo debe ser integrado por los que se jactan de ser fuertes y excluyen al distinto, al débil?
Antes había una clase social, la necesitada. Unos eran más y otros menos. No es que no tuviésemos aspiraciones, era que estábamos aprendiendo a saber cuál era y no nos angustiábamos antes de tiempo.
La ansiedad que provoca una sociedad superficial, egoísta, injusta y claramente asimétrica (sumada a cierto exceso de atención culposa y a la falta de contención y de integración grupal) puede que esté gestando una generación recelosa que debería aprovechar la dichosa inteligencia emocional.