25 abr. 2024

Amistad y el porvenir de un país

Blas Brítez – Dedalus729

Entre mayo y junio de 1891, Miguel de Unamuno y Ángel Ganivet vivieron en Madrid. Realizaban allí oposiciones para cátedras de griego en las universidades de Salamanca y Granada, respectivamente. En ese menester se conocieron. En las mañanas se afanaban en sus ejercicios frente a un tribunal presidido por el tótem académico de la España finisecular, don Marcelino Menéndez y Pelayo. Cada uno asistió a todas las oposiciones del otro. En las tardes, tomaban helados en una horchatería y conversaban sobre España. Sobre todo hacían eso: desgranar ideas en torno a un país cuya crisis histórica no tardaría en encontrar su clímax con la pérdida de las últimas posesiones coloniales en América. Unamuno tenía 26 años; Ganivet, 25. Este, al contrario de aquel, no consiguió la cátedra.

Ambos se marcharon de la capital española y no volvieron a establecer contacto hasta cinco años después, de manera epistolar. No consta que se hayan vuelto a ver, el uno dedicado a la vida universitaria salmantina; el otro, a la actividad consular en Finlandia y Bélgica. En 1896, Ganivet publicó su Idearium español; un año antes, Unamuno, los cinco ensayos que en 1902 reuniría en el libro En torno al casticismo. En esos textos, ambos desarrollaron su exégesis crítica sobre la cultura española.

Dos años de correspondencia los convenció de la necesidad de hacer pública la cuestión central de sus comunicaciones, aquello que los había unido en Madrid durante los atardeceres golosos en la Carrera de San Jerónimo: el futuro de su país. Entre junio y setiembre de 1898, se escribieron cartas publicadas en el diario El Defensor de Granada. El 12 de agosto de ese año, España firmaba el armisticio con Estados Unidos y ponía fin a su pasado imperial. Solo en 1912 aquellas cartas serían reunidas en un volumen, el que lleva por título El porvenir de España.

La imagen de dos jóvenes atareados en discutir el “marasmo” y la “abulia” españolas —como si fueran aquel hombre pensativo en medio de un naufragio que aparece en el cuadro La balsa de la Medusa, de Géricault— me parece ejemplar. ¿Todavía existen personas así? Había angustia en ellos, pero también candor. Me parece que a los de esta estirpe los mataron para siempre las guerras mundiales. Los dos fueron filósofos y novelistas. También lo fueron Camus y Sartre, pero estos ya no tenían candor sino beligerancia.

En noviembre del año de las cartas públicas y del fin del colonialismo español, enfermo y acosado por la depresión, Ángel Ganivet se lanzó al río Duina desde un barco y se mató. “El trágico problema de ultratumba palpitaba siempre en él”, dijo su amigo. Unos meses antes publicó su novela Los trabajos del infatigable Pío Cid. Miguel de Unamuno dio a la imprenta en 1907 su novela Niebla. En ambas, hay personajes, lugares y detalles que remiten a la vida del otro. El bilbaíno y el granadino conviven hasta hoy en la ficción y en su modélico gesto crítico, más allá del mes y medio que se vieron en Madrid, hace 126 años.

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