20 abr. 2024

Agustín Núñez: “Hicimos cine con lo mínimo”

Arquitecto, escenógrafo, actor, fotógrafo guionista, director. Con casi medio siglo de trayectoria artística, Agustín Núñez se prepara para estrenar una nueva propuesta, esta vez en cine: Santificar lo profano.

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Por Silvana Molina / Fotos: Javier Valdez


Su destino parecía signado: lo esperaba la sotana. Una vida consagrada a la oración y a Dios. Un Dios que, sin embargo, no terminaba de entender.
Aun así, el chico estaba convencido: iba a ser obispo, como ansiaba su madre, un deseo que él creía también suyo. Acaso la sobreprotección y los dogmas religiosos que le inculcaron lo convirtieron en aquel niño frágil y tímido en extremo, a quien le costaba comunicarse con sus pares.
Tal vez por eso se aferró a los títeres de papel maché que aprendió a fabricar, con los cuales preparaba funciones para los amigos, primero, y para colegios, después.
Pero llegó la adolescencia, con sus crisis y cuestionamientos, y entonces su visión de la religión empezó a cambiar, al mismo tiempo que su cuerpo se iba transformando con una precocidad que lo abrumaba. Y empezó a replantearse la idea que tenía de Dios y a descubrir las cosas que realmente le daban satisfacción. Entre ellas, el arte.
“Me di cuenta de que Dios no es el señor de barba que nos mira desde arriba solamente para castigarnos por lo que supuestamente no quiere que hagamos; yo creo que él es un ser de amor y no de odio”, reflexiona hoy Agustín Núñez Talavera, mientras se toma un café en una de las habitaciones de El Estudio la escuela de actuación que dirige desde hace más de dos décadas.
“Entonces entendí que podía ser más útil afuera que dentro de un convento. Yo creo en un orden superior, pienso que en la vida todos estamos para cumplir una misión que ayude a mejorar un poco la condición del ser humano, dejar algún aporte. Partiendo de eso, he asumido el arte, la expresión, como mi forma de plasmar una huella positiva en el mundo, tanto a través de la docencia como de mis obras”, analiza este hombre que en pocos días celebrará siete décadas de vida.
Su físico y su mente, sin embargo, no acusan el impacto de los años transcurridos: fornido, de torso erguido y con pasos firmes, Agustín está a poco de cumplir medio siglo de carrera en el teatro y sigue trabajando en numerosos proyectos artísticos.
Decisión mística
Nacido en Villarrica por accidente –su madre estaba allí cuando se desató la Revolución del 47 y no pudo regresar a Asunción para dar a luz–, Agustín es el sexto y último hijo de un matrimonio conformado por un expiloto de la Guerra del Chaco y una mujer que siempre quiso ser monja.
“Cuando se hizo el llamado a las filas del Ejército, para pelear en la guerra, mi padre le propuso que fuera su madrina de guerra, y le hizo prometer que si volvía con vida, se casaría con él. Mi madre aceptó, posiblemente pensando que él ya no volvería. Pero regresó y ella tuvo que cumplir su promesa”, cuenta Núñez en una entrevista con Carlos Espinosa Domínguez, publicada en el libro Vy’a pópe ña aprendé. Testimonios de teatristas paraguayos.
“Mi mamá posiblemente proyectó en mí ese deseo frustrado y me crió para que fuera obispo”, nos relata quien, pese a la formación ultraconservadora que recibió, encontró en el arte y en los escenarios su mayor revelación mística.

- ¿Cómo empezaste a vincularte con el arte?
- Yo empiezo a trabajar esa posibilidad de comunicación a los ocho años, a partir de los títeres, a instancias de mi madre.
También ingresé a Bellas Artes, pero me decepcioné mucho, porque los profesores nos obligaban a reproducir imágenes. Por ejemplo, había que hacer un bodegón con los mismos trazos y la técnica que nos daban. Entonces había 20 bodegones hechos por los alumnos, todos idénticos. Sin embargo, yo pienso que justamente lo maravilloso del arte es la visión particular de cada cual, esa mirada especial. Por eso salí y empecé a buscar la forma de hacer teatro.

BUSCANDO EL CENTRO
Poco después, un joven Agustín empezó a trabajar como voluntario en la Asociación Cristiana de Jóvenes, donde hizo teatro, integró el cuerpo de líderes, practicó judo, jiu jitsu y gimnasia con pesas. “Eso me dio mucha elasticidad, seguridad y confianza en mí mismo. Hice muchísimas cosas tratando de encontrar mi centro”, recuerda.
Finalmente, decidió ingresar a la Facultad de Arquitectura. “Era lo más cercano al arte que había”, argumenta. Pero no dejó a un lado sus ganas de conformar un grupo de teatro con compañeros de carrera e incluso con estudiantes de la Facultad de Derecho.
Pero en plena época de dictadura stronista, formar equipos y reunirse para montar obras de teatro era algo muy difícil. “Empezamos varios ensayos, pero nunca pudimos terminarlos, por la falta de local y por el temor que había. Vivíamos en zozobra constante, amenazados de que nos iban a llevar presos. Entonces, ese grupo murió sin que pudiéramos estrenar ninguna obra”, lamenta Agustín.
SENTIR LATINOAMÉRICA
Tantos obstáculos no lo hicieron darse por vencido. El joven de los ojos celestes siguió buscando opciones, y las encontró fuera del país. Cuatro meses en Brasil, en el Conservatorio de Teatro de Río de Janeiro, lo nutrieron de conocimientos y herramientas para empezar a desarrollar proyectos.
Al regresar, conformó el grupo teatral Tiempovillo. “Era un ovillo de experiencias que íbamos a desarrollar a través del tiempo. Empezamos a utilizar la expresión corporal como forma de comunicación y por primera vez salimos del escenario a trabajar directamente con el público”.
Una obra que montaron basándose en elementos de la cosmogonía indígena, De lo que se avergüenzan las víboras, les abrió las puertas del Festival Internacional de Teatro de Manizales, Colombia, en 1973. Y allá se fueron a empezar una aventura continental.
“A partir de ahí decidimos empezar una gira por toda Latinoamérica. Recorrimos muchísimos lugares, llegamos hasta México; estuvimos en siete festivales mundiales de teatro. Fue una de las experiencias más hermosas que viví en mi vida”, recuerda.Luego de un año y medio de recorrido, el cansancio se hizo presente. Y la separación, inevitable. “En Panamá nos dividimos, con muchísimo dolor, porque nos apreciábamos mucho. Unos se fueron a radicar a Honduras, otros a México, otros a Argentina”.
Agustín optó por quedarse en Colombia, donde cursó el último año que le faltaba para terminar la carrera de Arquitectura. Pero nuevamente los brazos del teatro se le abrieron: “Justo cuando llegué, se reabrió la Escuela Nacional de Arte Dramático de Bogotá, y me llamaron para integrar el grupo de profesores”. Vivió 16 años en ese país, donde no solo recibió el título de arquitecto, sino también fundó la primera escuela de actuación privada, montó obras teatrales y participó en numerosas telenovelas.
EL REGRESO
Habitaciones de techos altos, pisos antiguos, escaleras de mármol, puertas altísimas. Estamos en la escuela de actores El Estudio, en la emblemática esquina de Palma e Independencia Nacional, arriba de la farmacia Catedral. Agustín da orientaciones a unos alumnos y al personal. Este es el lugar donde se afincó laboralmente al regresar de Colombia, en 1989. “Era el momento de volver, de participar de alguna manera en la transición a la democracia. Después de lo aprendido, necesitaba compartirlo con mi gente, dar algún aporte”, explica.

- ¿Te identificás con algún estilo de teatro en particular?
- Me identifico con lo que de alguna manera signifique romper con ciertos esquemas. Siempre me planteo salir aunque sea mínimamente de la zona de confort, de las recetas. En este momento en Paraguay se da la situación de que, una vez que se encuentra una receta que funciona, se repite. Se cambian los personajes, pero el desarrollo es más o menos igual. Y eso a mí no me gusta.
La creación no puede ser estática, es dinámica, tiene que ver con la imaginación y con el momento por el cual uno está pasando. Es imposible encasillar el teatro en un solo género. Es una vitrina inmensa en la que cada cual busca dónde ubicarse. Si te gusta exhibirte, te exhibís; si te gusta hacer un teatro social, lo hacés; si te gusta un teatro sicológico o danza teatro, también. La gama es muy amplia. Yo he pasado un poco por todo.

- ¿Qué tipo de satisfacciones te da este trabajo?
- Yo me siento bien cuando la obra me llena, cuando hay un texto muy bien escrito, que entretiene, que ayuda a que la gente salga del teatro un poco diferente a cómo entró, aunque sea una comedia; que nos enfrente al momento actual que estamos viviendo. Que no sea muerto, sino un teatro vivo. Estoy absolutamente en contra de las obras aburridas; aunque sea un dramón, debe entretener, tiene que dar gusto asistir al teatro.

- ¿Cuál es la parte más difícil de formar actores?

- Yo me he pasado la vida recorriendo escuelas de teatro, porque me apasiona esto, y lo que más escasea es la formación de actores. En la mayoría de las escuelas se forman actores como panes, como empanadas. Yo creo que el docente tiene que ser capaz de percibir recovecos del actor o de la actriz que ellos mismos desconocen o no quieren aceptar, no quieren ver. Porque el actor se hace con el encuentro del ángel y el demonio.
Para mí, la actuación, bien concebida, es un elemento purificador, un recurso para transformar instintos muy básicos, prestarlos en forma trabajada para un personaje.

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- ¿Qué desafíos se te presentan en tu rol de director?

- Yo trabajo mucho como director tratando de ser un gran radar que va detectando qué pasa con cada actor, con cada actriz, por encima de las palabras. Qué pasa con el mundo interior de las personas, cómo reaccionan, y eso me va dando mucho.
A veces pienso que una frase tiene que ser dicha de una forma, pero de pronto la actriz, de acuerdo a su historia, al momento que está viviendo, la suelta con una carga diferente. Y me doy cuenta de que eso es más importante que lo que yo tenía en mente, la sinceridad del sentimiento. Entonces uno tiene que estar constantemente acomodando lo que quiere con lo que el otro tiene.

- ¿Cuál fue uno de los momentos más difíciles que viviste como actor?
- Mirá, en la vida lo que sobran son dificultades. Yo creo que en Colombia viví los momentos más hermosos de mi vida y los más terribles. Particularmente, un momento difícil que recuerdo fue cuando me encontraba de gira con una obra, una comedia. Estaba una ciudad que se llama Pereira, y a las 2.00 de la tarde me llamaron de Paraguay para decirme que mi papá falleció. Yo me quedé mudo en el teléfono. No podíamos suspender: estaba todo vendido. Ese día, a las 7.00 de la noche, el teatro estaba repleto y yo ya estaba ahí haciendo reír a la gente. Es una situación casi límite, una prueba muy fuerte, en la que tus emociones van por un lado y tu labor por otro.

- ¿Qué papel juega hoy la tecnología en el teatro que vos hacés y en la vida?
- Yo creo que la tecnología es sumamente importante: se inventaron un montón de aparatos para facilitar la comunicación con países lejanos. Pero también me parece sumamente grave ver cómo nos cuesta hablar con la persona que está al lado, con la familia. Se va perdiendo mucho la calidad de la comunicación caliente, se pasa a la comunicación fría a través del aparato. Estamos en un momento muy light, muy superficial, todo es piel, todo es apariencia, tuneo. Vivimos en selfie. La vida no es lo que vivimos, la vida es lo que registramos.
Creo que son sumamente importantes los recursos técnicos que se usan en el escenario, en el cine. Pero para mí ya no se vuelve interesante ver una película cuando está armada totalmente en función a tecnología, a trucaje, donde todo es artificial. Particularmente, me gusta mucho más el cine artesanal, donde el factor humano es más importante que la maquinaria.

- ¿Cómo ves al teatro paraguayo hoy?
- Creo que es muy bueno este momento para el teatro nacional, hay opciones de espectáculos, mucha gente, actores y actrices muy bien formados.
Aunque se empieza a desarrollar una dramaturgia, mucho tiempo estuvo estancada la producción de obras de teatro. Creo que hay una gran carencia de directores de teatro.

- ¿Qué se necesita para que se desarrolle más?
- Necesitamos espacios, salas de teatro a precios accesibles, porque a veces es tanto lo que uno tiene que pagar de alquiler, que trabaja solo para cubrir eso y lo que queda para la parte técnica y para los actores es mínimo. Por otro lado, se ha perdido muchísimo el apoyo de las empresas privadas, y si bien existe una ayuda del Estado, que es el Fondec, es mucha la necesidad a nivel nacional. Y no estoy hablando solamente en el aspecto económico, sino también a nivel de asesoría, de poder orientar sobre qué se puede hacer y cómo, sobre todo en el interior.

- ¿Cómo fue el proceso para llegar a Santificar lo profano?

- El Estudio no es solo este edificio. Se proyecta a sectores sin la posibilidad de acceder a una escuela de actuación. Hace años que estamos desarrollando proyectos de extensión social. Hemos trabajado con personas que están todo el día en la calle, con las reclusas del Buen Pastor, con gente de la noche.
También fuimos al barrio Ricardo Brugada. Ahí desarrollamos varios talleres y decidimos hacer este proyecto: contar una historia, tomar como barrio escenográfico a la Chacarita. Aprovechar los colores, las texturas, lo particular que tiene y plasmar eso en un producto nuestro, hecho con nuestra forma de hablar, con nuestros personajes fácilmente identificables, con el día a día de mucha gente, y resaltar los valores de esa población bastante particular, que tiene su forma de compartir, de divertirse, de disfrutar de la vida, de protegerse.
Consideramos importante transmitir las inquietudes de estas personas que están tan cerca del centro de Asunción y tan lejos de todos. Ellas tienen pocas posibilidades de que se les escuche.

- ¿Cómo hicieron para superar la barrera de los costos?
- Yo me propuse hacer un “cine posible”, que no necesita grandes capitales. Con lo mínimo, tratar de contar una historia de forma muy sincera, nada artificial, profundizar en actuaciones muy naturales, contar lo que queremos contar. Nosotros en Latinoamérica trabajamos mucho partiendo de las carencias; no de lo que tenemos, sino de lo que NO tenemos. Entonces el desafío es no paralizarnos porque no tenemos, sino pensar qué podemos hacer PESE A lo que no tenemos.
Para reeditar la parte de sonido, contamos con el apoyo económico del Fondec, la Cooperativa Universitaria y El Cabildo.
La otra parte vamos a cooperativa con todo el personal, de acuerdo a lo que se recaude en el cine. Es un proyecto bastante atípico, porque generalmente te contratan para una película, te pagan y se acabó. Nosotros, el capital que teníamos era el capital humano, el talento, las ganas de hacer. Y con eso realizamos la película, tratando de optimizar al máximo los recursos.
Dos o tres chicas se encargaron de la parte de maquillaje, otras de la parte de vestuario, otras de la ambientación, otros del sonido, el manejo de micrófono, etc. Todo lo fuimos haciendo en grupo, es un equipo de gente maravillosa. No fue nada fácil, hubo que dedicarle muchísimo esfuerzo. Pero lo hicimos.
- ¿Qué resultados buscan alcanzar con esta película?
- Llegar a nuestro público, contar historias nuestras, hacernos visibles. Hay una necesidad muy grande de vernos en la escena o en la pantalla. Estamos invadidos por imágenes foráneas y no precisamente las mejores. Creo que hay que recuperar nuestra identidad a partir de nuestras historias, de nuestras costumbres, de nuestro lenguaje.
En la medida que vayamos redescubriendo quiénes somos, por qué estamos así, hacia dónde apuntamos, también podremos buscar un norte posible, desarrollarnos. Podemos imaginarnos el país que queremos.

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UN LARGO CAMINO
Agustín Núñez (69) dirigió y actuó en más de 200 obras de teatro en Paraguay, Colombia y Estados Unidos, muchas de las cuales fueron premiadas a nivel nacional e internacional. Entre ellas, los estrenos mundiales de Yo el supremo e Hijo de hombre, basados en obras de Augusto Roa Bastos.
También trabajó como actor en al menos 25 proyectos de televisión en Colombia, especialmente en telenovelas.
Como autor teatral, escribió y/o coescribió unos 40 textos que incluyen piezas breves, monólogos, textos para collage teatral, guiones para teatro y televisión y ejercicios para actores, entre otros.
Como fotógrafo, realizó más de una decena de exposiciones no solo en Paraguay, sino también en Brasil, Estados Unidos, Colombia, Cuba, España e Italia.
Actualmente se desempeña como director de la escuela de formación de actores y directores El Estudio.

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LO PROFANO A ESTRENO

La película se rodó en La Chacarita. | Foto: Captura de pantalla.

La película se rodó en La Chacarita. | Foto: Captura de pantalla.

La película Santificar lo profano se estrenará en cines el 11 de mayo.
Es el cuarto largometraje que dirige Agustín Núñez y el primero que tiene acceso al circuito comercial. Se trata de un drama social rodado íntegramente en el barrio Ricardo Brugada, más conocido como la Chacarita.
De la grabación participaron 28 actores, entre ellos Héctor Lozzca y Leticia Mancuello (foto) en los roles protagónicos. La mayoría de los actores son egresados de la escuela de arte El Estudio, dirigida por Núñez, a quienes se suman los mismos pobladores de la zona.
Santificar lo profano fue enteramente realizada en Paraguay, desde el rodaje, en 2015, hasta la edición final, en enero de este año. Cuenta con el apoyo de la Cooperativa Universitaria, el Fondec y El Cabildo.