El dictador está allí. En la llamada Plaza de los Desaparecidos, al costado del emblemático Palacio de López, en el centro histórico de Asunción, donde este sábado se hará un acto por el Día de los Derechos Humanos. Se ve apenas un fragmento de su reconocible rostro y sus ojos muertos, como emergiendo y acechando en medio de una mole de cemento, con las dos manos cortadas acariciando el aire, tanteando el ambiente.
El dictador fue colocado allí, luego de que su estatua fuera derribada en octubre de 1991 de su monumental reinado en lo alto del Cerro Lambaré, en medio de un jolgorio popular. El pintor y escultor Carlos Colombino lo cortó en pedazos y encerró los fragmentos dentro de dos moles de cemento, que conforman la Estatua de la Libertad, inaugurada en 1995. El dictador está allí, atrapado y aplastado por el peso de la historia.
Pero a veces, el dictador se nos escapa...
Como ocurrió, por ejemplo, en la madrugada de este viernes, cuando jóvenes militantes del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) fueron detenidos por la Policía, por el delito de pintar grafitis en las paredes del Congreso contra el proyecto de reelección del presidente Horacio Cartes, en protesta contra una posible violación de la Constitución Nacional.
Hace mucho que algo así no sucedía. En épocas del dictador, pintar consignas políticas en las paredes era una de las formas de lucha que había que realizar en la clandestinidad, bajo riesgo de ser detenido, torturado e incluso desaparecido. Ahora al menos se puede denunciar un acto arbitrario como este, generar un escándalo en los medios y lograr que los chicos vuelvan a quedar libres.
Pero el dictador está allí, acechando... y a veces de nuevo se nos escapa.
Como ocurrió, por ejemplo, el pasado 2 de diciembre, cuando una comitiva fiscal y policial allanó la vivienda de Pedro Espínola y Viviana Meza, en Ciudad del Este, donde aseguran que hallaron panfletos del grupo armado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) y casi 50 kilos de marihuana.
Lo llamativo es que Pedro es un conocido y respetado periodista radial, catedrático de la Universidad Nacional del Este, además de un activo y crítico militante del Partido Comunista Paraguayo, y para quienes lo conocemos, es impensable que sea un narcotraficante, a quienes siempre ha denunciado y combatido.
Su esposa Viviana es hermana de Magna y Aldo Meza, miembros del EPP, pero siempre mantuvo una distancia crítica con sus familiares. No es casual que, apenas conocida la noticia, se haya instalado una sospecha de “plantación de pruebas” por parte de las autoridades, reviviendo el viejo método dictatorial para intentar acallar la voz de un molesto luchador social.
El dictador está allí...
Ojalá podamos construir más moles de conciencia cívica y resistencia democrática para poder contenerlo.