Hoy meditamos el Evangelio según San Mateo 11:25-30.
El papa Francisco, a propósito del Evangelio de hoy, dijo: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt. 11,28). Cuando Jesús dice esto, tiene ante sus ojos las personas que encuentra todos los días por los caminos de Galilea: mucha gente simple, pobres, enfermos, pecadores, marginados... esta gente siempre le siguió para escuchar su palabra, ¡una palabra que daba esperanza!
¡Las palabras de Jesús dan siempre esperanza!, y también para tocar aunque solo fuese el borde de su manto. Jesús mismo buscaba a estas multitudes extenuadas y dispersas como ovejas sin pastor (cf. Mt. 9:35-36): así dice él, y las buscaba para anunciarles el Reino de Dios y para sanar a muchos de ellos en el cuerpo y en el espíritu. Ahora los llama a todos a su lado: “Vengan a mí”, y les promete alivio y refrigerio.
Esta invitación de Jesús se extiende hasta nuestros días, para llegar a muchos hermanos oprimidos por precarias condiciones de vida, por situaciones existenciales difíciles y, a veces privados de auténticos puntos de referencia.
… A cada uno de estos hijos del Padre que está en los cielos, Jesús repite: “Vengan a mí, todos ustedes”. Pero también les dice a los que poseen todo, pero cuyo corazón está vacío. Está vacío. Corazón vacío y sin Dios. También a ellos, Jesús dirige esta invitación: “Vengan a mí”.
… El “yugo” del Señor, ¿en qué consiste? Consiste en cargar el peso de los otros con amor fraternal. Una vez recibidos el alivio y consuelo de Cristo, estamos llamados también nosotros a ser alivio y consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a imitación del Maestro.
La mansedumbre y la humildad de corazón no solo nos ayuda a soportar el peso de los otros, sino a no cargar sobre ellos con nuestros propios puntos de vista personales, nuestros juicios, nuestras críticas o nuestra indiferencia”.