Domingo|16|NOVIEMBRE|2008
filbre@highway.com.py
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Si la crisis de América Latina y de gran parte del mundo tiene tres patas: identidad, valores y destino, nada parece tan claro ni evidente como la civilización maya que floreció hace más de 2.500 años y que hoy se encuentra una parte de ella hundida en Palenque (Chiapas) debajo de una tupida jungla con el aullido monocorde de simios escondidos. El espectáculo es impresionante pero no lo es menos cuando el guía comenta que lo que vemos no es más del 2% de lo excavado y que gran parte de los fondos culturales de exploración vinieron... ¡de la Coca Cola! Si no sabemos de dónde venimos es poco probable que sepamos adónde vamos. Si no somos capaces de que hombres ricos, como Carlos Slim, metan mano en sus bolsillos y que el Estado sepa cobrarlos en impuestos, ¿de qué identidad preservable podemos hablar? Si no entendemos de valores culturales porque no hay otros, no seremos capaces de encontrar una salida más que en la referencia hueca de una historia que de tanto repetirse en personajes discutibles hoy se ha llenado de nombres que no dicen nada y referencias que solo suman cero.
Los pueblos se hacen y se construyen con memorias preservadas, con orgullo rescatado y con exhibiciones sin pudicia donde podemos entender con claridad de dónde venimos y hacia dónde vamos. Palenque es parte de una ruta maya extraordinaria que está hoy emergiendo tímidamente en una de las zonas más pobres de México ahí mismo donde este país se une con Guatemala y donde libra desde hace años la lucha de las máscaras, las inequidades y la indiferencia a los grupos distintos. Es también en sus piedras el testimonio de una civilización compleja y rica que sabía tanto de astronomía como de matemáticas, de medir el tiempo como de elevar el agua hasta sitios altos donde la higiene importaba y en apariencia era para quienes llegaron el 12 de octubre de 1492 y los que permanecieron hasta ahora: una civilización de porte menor. Es un sitio que sobrecoge y que impacta más todavía sabiendo que casi nada se ha rescatado de su valor patrimonial y que el mismo yace bajo las raíces hirientes de Ceibas y Guayacanes (el tajy amarillo nuestro) para reflexionar sobre nuestros valores e identidades. Las mismas que escondemos muchas veces, de las que no queremos hablar porque nos enseñaron a creer que eso era menor, con las que no hemos sido capaces de dialogar para construir naciones más prósperas, respetuosas y desarrolladas. ¿Cuántas identidades las hemos sepultado ex profeso? ¿Cuántas están hundidas en las raíces más profundas de una jungla de ingratitud y de desprecio? Palenque, como varias de nuestras ruinas en América Latina, nos interpela profundamente no con nuestro pasado, sino con ese futuro que es incierto y dudoso porque sencillamente no sabemos de dónde venimos y no queremos admitir las claves que la vida nos enseña en cada grada, cada tumba y cada sitio donde vive una parte del nuestro futuro en clave de pasado.
Esa misma identidad que hoy la llenamos de tecnología para cubrir ese vacío que el espíritu es incapaz de encontrar en las cosas simples y esa naturaleza tan intensa que nos muestra como en Trinidad o en Palenque hubo intentos serios de construir civilizaciones que luego incomprendidas terminaron siendo abandonadas en las junglas de nuestra irresponsabilidad colectiva.
El sentido de la vida es claramente comprensible en la tumba de K’inich Janaab’ Pakal quizás el más preclaro estadista que tuvo este sitio y cuyo retrato póstumo comienza en una profunda raíz del Ceibo y culmina en el penacho del Quetzal, pájaro divino por estas tierras. En todo ello hay un orden y un equilibrio, los mismos que hemos perdido hace demasiado tiempo sin darnos cuenta que en ellos está la armonía. Al salir, en los tenderetes se vende de todo, incluidos unos muñecos de los guerrilleros Marcos y Ramona que apuran su venta al tiempo que una foto deja algo para la memoria que no queremos recordar.