Una democracia tutelada

Alberto Acosta Garbarino. - Presidente de Dende.

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Ha terminado una semana tremendamente convulsionada por el escándalo suscitado tanto por el contenido de un acta bilateral negociada por las cancillerías de Paraguay y Brasil, como por el proceso poco transparente en dichas negociaciones.

El escándalo se inició con la renuncia de Pedro Ferreira a la presidencia de la ANDE y a partir de ahí las argumentaciones a favor y en contra explotaron en las redes sociales. Esta hipersensibilidad social con el tema fue aprovechada por ciertos sectores políticos para llevar adelante lo que parecía un imparable juicio político al presidente y al vicepresidente.

Hace más de 2000 años, un dramaturgo griego de nombre Esquilo decía que “la verdad es la primera víctima de una guerra”. Yo agregaría que la verdad es la primera víctima en cualquier conflicto, sea este un divorcio matrimonial, una separación entre socios comerciales o en una disputa política.

Para mí, lo contrario a la verdad no es la mentira aviesa y poco creíble; lo contrario a la verdad son las medias verdades, que son afirmaciones engañosas que tienen algún elemento de verdad.

Los políticos son los grandes maestros en decir medias verdades y en los temas sensibles y polémicos es común ver cómo una amplia parte de la sociedad utiliza las medias verdades.

Eso es lo que vimos la semana pasada, con la proliferación de opiniones técnicas, ideológicas, y políticas, algunas de ellas fomentadas por oscuros intereses, que casi nos llevaron a una crisis de impredecibles consecuencias.

Ahora con un poco más de tranquilidad es conveniente aprender de lo ocurrido e intentar sacar algunas conclusiones.

La primera es la tremenda debilidad y vulnerabilidad de las instituciones de nuestra democracia, porque en un sistema presidencialista, con división de poderes, como el que consagra nuestra Constitución, no puede el Congreso permanentemente amenazar al presidente con un juicio político.

La segunda es la tremenda irresponsabilidad de gran parte de nuestra clase política, porque fue lamentable observar cómo se iba construyendo la mayoría para destituir al presidente, basado en los intereses particulares de cada sector político, sin pensar en las consecuencias de aislamiento y en las terribles sanciones políticas y económicas que el país iba a sufrir.

La tercera es el reconocimiento de la madurez creciente de nuestra sociedad que en su gran mayoría critica el acta bilateral, tanto en su contenido como en su proceso, desea una investigación judicial al respecto, pero se opone a que se realice un juicio político por este motivo.

Si se destituía a Mario Abdo iba a ser el tercer presidente de los seis que tuvimos en la era democrática en ser destituido por medio de un juicio político.

La cuarta es el triste reconocimiento de que la democracia paraguaya es una democracia tutelada, principalmente por el Brasil y también por los Estados Unidos.

Lo vimos en el año 1996 con el intento de golpe de Estado de Lino Oviedo que fue impedido por la directa intervención del presidente del Brasil de entonces, Fernando Henrique Cardoso, que en su memorias escritas en el libro El arte de la política dice: “… en el Paraguay, en más de una ocasión, siempre a pedido de las fuerzas legítimamente constituidas, me vi obligado a actuar para evitar que el orden político se rompiese…”, y cuenta detalles de la intervención brasileña.

En esta oportunidad, tenemos que reconocer –nuevamente con tristeza– que la oportuna y fuerte intervención del presidente Bolsonaro fue fundamental para evitar la caída del gobierno de Mario Abdo.

Con tristeza tenemos que reconocer que debido a nuestras instituciones débiles y a nuestra clase política irresponsable, nuestra democracia necesita del tutelaje del exterior.

Para cambiar esta situación, es fundamental mejorar nuestras instituciones, pero por sobre todas las cosas tener una ciudadanía vigilante, informada y participativa.

Caso contrario, vamos a necesitar siempre de un tutor que nos cuide por nuestra incapacidad para autogobernarnos.

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