19 abr. 2024

Un milagro desde Caacupé

Al vacío. En la inmensa desolación de la explanada de la Basílica, dos feligreses elevan sus oraciones.

Al vacío. En la inmensa desolación de la explanada de la Basílica, dos feligreses elevan sus oraciones.

Cuenta la leyenda que la imagen de la Virgen de los Milagros de Caacupé fue tallada en madera por el indio José, que ya había sido catequizado por los franciscanos, y quien, cierta vez, cuando se vio acosado por los payaguás o guaicurúes, talló la imagen para que lo salvara.

Según la historia, de un mismo tronco el indio José talló dos imágenes. La primera vendría a ser la imagen original que se encuentra en Caacupé, mientras que la otra se halla en la ciudad de Tobatí. La veracidad de las historias siempre depende de quién las cuente.

Se mencionan documentos que demuestran que la imagen de la Virgen de Caacupé recaló en la Basílica desde el año 1750, después de que Juana Curtido de Gracia donara el terreno para una capilla, y que anteriormente la imagen recorría casa por casa, sin un lugar fijo.

Otra historia cuenta que en el año 1854 un rayo destruyó el rostro de la imagen, por lo cual don Carlos Antonio López mandó a buscar a un experto en restauración, quien la reconstruyó cambiando de rústico a sofisticado, o sea, ojos azules y rulos castaños.

Y también se habla de la primera joya que recibió como donación, una corona de oro y plata, regalo de Inocencia López de Barrios, hermana del mariscal Francisco Solano López. La joya dicen que fue “llevada” por los brasileños, tras la Guerra contra la Triple Alianza, y que se encuentra en un museo de aquel país entre los trofeos de guerra.

Pero volvamos al creador de la imagen venerada cada 8 de diciembre por miles de paraguayos: el indio José, quien aparentemente logró salvarse de sus perseguidores después de tallar la imagen. Parece, sin embargo, que a los descendientes de José no les fue muy bien en la vida, a pesar de los buenos contactos con la Virgen de Caacupé. Los pueblos indígenas han sido lentamente diezmados en los últimos siglos, y la situación se pone cada vez peor.

La gran familia guaraní, se puede afirmar, perdió su derecho a existir en el Paraguay.

Durante las últimas semanas hemos sido testigos impotentes de, al menos, un desalojo por día en algún lugar del país.

Los más pobres de entre los pobres son desalojados por policías armados en una inexistente correlación de fuerzas; son desalojados, arrojados a la nada por un Gobierno indiferente a los problemas sociales, pero amigo de los sojeros.

Ante la indiferencia, quizás en vez de pedir justicia y que se cumpla la Constitución Nacional, deberían considerar ir a pedirle un milagro a la Virgen de Caacupé, pedirle que les haga un milagro para que el Estado paraguayo detenga el genocidio; después de todo, un montón de paraguayos acreditan que los concede.

De su lado estarán algunos sacerdotes y obispos para mediar con el pedido, varios de ellos ya han estado reclamando desde esa importante tribuna, que es Caacupé, la desprotección a los indígenas y los campesinos, sobre todo en cuanto al derecho a la tierra.

En una homilía uno de ellos dijo: “Empeora el drama de los desalojos, porque el hambre de tierra de parte de los agroempresarios es insaciable…”. “Da pena y vergüenza que tenemos que volver a mencionar año tras año que los indígenas y campesinos son despojados de su tierra, desalojados muchas veces sin piedad y con violencia”, apuntó el sacerdote Miguel Fritz.

También recordó las expresiones del papa Francisco, sobre que “la propiedad privada no es un derecho absoluto, como sí lo es la dignidad humana”, mencionada en la encíclica Fratelli Tutti.

La situación es catastrófica, mientras las autoridades que deberían velar por los derechos de los indígenas se esconden.

De acuerdo con el censo de 2012, en Paraguay quedan 117.150 indígenas. Si seguimos así, dentro de poco ya no quedará ninguno, por lo que se debería apurar el pedido a la Virgen. Quizá lo único que podría detener el exterminio es un milagro desde Caacupé.

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