Nelson Aguilera
Nuestra querida profesora Raquel nos instruía cada sábado, en su casa, con té de la India, de China, de Inglaterra etc., de por medio. Allí ahondamos la literatura con ella, con Rauskin, con Osvaldo González Real y otros profesores, incluyendo a extranjeros, que iban cayendo sorpresivamente en el grupo para expandir nuestro horizonte literario.
Fue así que un día apareció en nuestro cenáculo, invitado por Raquel, el célebre profesor Enrique Marini, catedrático en la Universidad de la Sorbona (París). Desde el primer momento nos quedamos extasiados ante sus conocimientos y ante la forma didáctica que organizaba los talleres. A partir de ahí, se nos hizo costumbre solicitar su presencia cada verano europeo, que él aprovechaba para venir a visitar a su madre en Paraguay.
Con él aprendimos sobre Roa, Rubén Darío, Eloy Fariña Núñez, Casaccia, Alfonsina Storni, Sor Juana Inés de la Cruz, Borges y varios otros escritores. Las técnicas de análisis que adquirí en sus clases me sirvieron no solo para aplicarlas inmediatamente con mis alumnos de la secundaria, sino también, posteriormente, en mis estudios de postgrado en Escocia. Con él nos percatamos de que la Estilística habla, transmite ideas, mensajes, creencias, cosmovisión, ideologías etc.; y que la literatura no era solo arte, sino también pasión, política, historia, sociología, lingüística, filosofía etc. Todo esto y mucho más ensancharon nuestra mente de profesores bisoños.
Durante la maestría en Literatura y Lingüística, que cursé en el Reino Unido, mantuve una asidua correspondencia con Enrique preguntando más sobre los distintos tipos de análisis de textos. Sus cartas me ayudaron para realizar varios trabajos en las clases de Literatura Británica, ya que él era una persona dadivosa con sus conocimientos y no tenía problema de ningún tipo en compartirlos con un joven curioso como yo. También le enviaba mis poemas para que los leyera y los criticara.
En París, mi esposa y yo fuimos a visitarlo en su lugar de trabajo. Él tuvo la gentileza de mostrarnos todo lo que hacía y nos dio un tour por La Sorbona. Nos llevó, especialmente, a la biblioteca, la cual era un verdadero templo del saber. Liz y yo quedamos impactados por el ambiente de estudio y de investigación vivenciado en ese recinto. Luego, Enrique nos llevó a un restaurante para saborear una rica comida con frutos del mar.
Ya jubilado, regresó al Paraguay, y nuestra amistad continuó con encuentros en la casa de Graciela Mendoza y Mónica Núñez, en su apartamento, en confiterías, en ferias de libros, reuniones del PEN Club y en el Hogar Taitá, donde pasó sus últimos años de vida. Cabe mencionar a su sobrino Diego Marini y su familia, ya que ellos lograron que Enrique aceptara vivir en ese hogar, donde le prodigaron los mejores cuidados que un adulto mayor pudiera necesitar.
Enrique se fue, pero dejó su legado envuelto en conocimientos, en humanidad, intelectualidad y, por sobre todas las cosas, en humildad. Hasta siempre, querido maestro.