Pero, a continuación, vendría algo que demostraría la vigencia de la vieja afirmación de que no hay nada que este tan mal, que no pueda estar peor. Y, esta vez, Marito no tendría a quién tirarle la culpa. Explotó el escándalo de las negociaciones del acta de Itaipú y, por milímetros, se salvó de no irse a su casa por la vía del juicio político. Aquella madrugada en la que Cartes le arrojó un salvavidas fue el momento bisagra de esta primera parte del gobierno. Hasta entonces, la estrategia presidencial había sido debilitar a Honor Colorado y restar protagonismo a su único líder. Desde entonces tendría que convivir con él, poniendo cara de satisfacción aunque la comida supiera a batracio y el comedor tuviera un insoportable olor a tabaco.
De tanto combatir al Nuevo Rumbo, el Gobierno de Abdo terminó perdiendo su propio rumbo. Ya no recordaba lo enunciado en su discurso de asunción, aquellos lejanos tiempos del “caiga quien caiga”. A partir de ahora la brújula sería compartida. La aguja apuntaría a la Isla de la Impunidad y la nave se llamaría Cicatriz. No se permitirían motines a bordo. Toda la tripulación sería forzada a disciplinarse en un solo ejército al que darían el nombre de Concordia Colorada.
Este operativo está en evolución, por lo que resulta imposible pronosticar su resultado. Igual uno puede especular sobre lo que será ese puré de intereses partidarios obligados a compartir una misma carpa. Recuerde que buena parte de los dirigentes de Añetete eran cartistas enojados, abandonados o ninguneados; que luego de la victoria de Abdo, varios dirigentes de Honor Colorado se acercaron al calor del poder y que, últimamente, hubo otros que migraron en sentido contrario. Habrá tantos intereses contrapuestos que esa Concordia será un magma tan confuso como divertido. Es que hay de todo en el Partido Colorado, menos ideología.
Fue entonces cuando vino el virus y pateó todos los tableros del mundo. La silueta de la Parca dejó a la política en un segundo plano. Descubrimos que podíamos vivir sin fútbol, sin asados y sin elecciones. En ese mundo tan raro, con una amenaza global, las salidas ensayadas son locales. Los gobiernos son juzgados con parámetros inesperados: Son buenos o malos según cómo manejan su propia crisis sanitaria. Ya que nadie aspira a crecimientos económicos, ya que toda planificación presupuestaria se fue al tacho, ya que ningún país podrá enorgullecerse de disminuir el desempleo, el criterio principal de evaluación es el número de muertos y las posibilidades de volver a algo parecido a la antigua normalidad.
El añorado Caio Scavone estaba convencido que en Mburuvicha Róga existía un misterioso aparato llamado excusómetro, que era utilizado por los sucesivos inquilinos de la casa. El artefacto proveía argumentos creíbles para justificar cualquier barbaridad gubernamental. La pandemia, esa excusa viral, es una oportunidad para Mario Abdo.
Si gestiona bien las respuestas a sus asustadores efectos, la gente se olvidará de las debilidades de un gobierno que durante estos dos años no tuvo muy en claro a dónde quería llegar. Sería como comenzar de nuevo. Y quizás en este campo tenga menos tyeraku y muestre menos torpeza.