Jesús, en cuanto le ve, le dice: “ten confianza, tus pecados te son perdonados”. Jesús mira al corazón de la persona y por eso le dice: tus pecados te son perdonados. Sí, aquella persona necesita ser curada, no puede valerse por sí misma, pero su corazón está necesitado del perdón de Dios.
Los fariseos, al escuchar a Jesús, piensan mal. Tienen un corazón mezquino, pequeño, cerrado, incapaz de abrirse a la verdad. Se creen poseedores de la verdad y terminan por no conocerla.
Jesús tiene con los fariseos una conducta acogedora, les dice: “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: tus pecados te son perdonados o decir: levántate y anda?”
Y Jesús hace el milagro: “levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. El paralítico se levanta, coge la camilla y se marcha a su casa.
Vuelve a su casa totalmente curado. Vuelve con el corazón limpio y con la capacidad de hacer vida normal.
Los que asisten al milagro vuelven a su casa glorificando a Dios por las maravillas que han presenciado.
San Josemaría se maravillaba al contemplar el perdón de Dios. Decía en una ocasión: “Si consideramos las cosas despacio, veremos que un Dios Creador es admirable; un Dios, que viene hasta la Cruz para redimirnos, es una maravilla; ¡pero un Dios que perdona, un Dios que nos purifica, que nos limpia, es algo espléndido! ¿Cabe algo más paternal? ¿Vosotros guardáis rencor a vuestros hijos? ¿Verdad que no? Así Dios Nuestro Señor, en cuanto le pedimos perdón, nos perdona del todo. ¡Es estupendo!”[1].
Jesús nos espera en el sacramento de la penitencia para perdonarnos como perdonó al paralítico y llenar de paz nuestros corazones por el perdón.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-es/gospel/2022-06-30/).