He aquí una ofrenda en nombre de la poesía de Teodoro S. Mongelós. Este poeta del alma guaraní, desterrado, aún nos susurra suavemente algunas que otras palabras mágicas. Vocablos incomprensibles, inaudibles para aquel ser humano admirador del “Excelentísimo General Alfredo Stroessner”. Ese mismo ente vegetativo que no tuvo el coraje de tomar las riendas y gritar el dolor sufrido por su humilde gente.
Con Daniel Torales, autor de Teodoro S. Mongelós. La pluma nunca acallada, revivimos un pasado amargo para unos y tan dulce para otros. Torales, oriundo de Ypacaraí, al igual que Mongelós, nos regala una breve reseña acerca de este sufrido poeta. Y nos vienen a la memoria... Virginia, Che jazmín, Minero sapukái, Che reindy kuña koygua, Guapo che rymba guéi, Che mbo’e harèpe...
El poeta nació el 9 de noviembre de 1914, en Ypacaraí. Su infancia, sin padre, transcurre tras el telón de las precariedades, tanto físicas como materiales. De niño ya, de su frente cae el sudor del trabajo arduo. No obstante, cursa sus estudios primarios y secundarios. Rindiendo, de adulto, homenaje a su maestra. Como todo niño, la picardía y los sueños eternos lo acompañan. Tanto es que la magia, el ilusionismo y el hipnotismo forman parte de sus conocimientos. Las otras artes le florecen a flor de piel. Es pintor, dibujante, así como toca el organillo, la flauta y la guitarra.
Muy joven se incorpora como radiotelegrafista, sumándose a los guerreros del Chaco. De esos años vividos surge aquel amor por su Patria Querida, cuyas heridas e injusticias las comparte con su pueblo.
Teodoro S. Mongelós y sus amigos van de pueblo en pueblo, difundiendo el arte improvisado. Poesías musicalizadas, cantos populares, danzas, monólogos, cobran vida en un altar al aire libre, en algún que otro rincón de una iglesia parroquial o una escuela. De pronto, dos tambores, un telón y una lámpara mbopi bastan para difundir las vivencias del momento. Las alegrías, las penas y el dolor humano.
En aquellos tiempos, nuestros trovadores modernos se transportan en carreta... en fin, como podían. Estos testigos reflejan el espíritu folclórico y ameno del idioma guaraní. La frente en alto, nada detiene la voz de Teodoro S. Mongelós. Al contrario, sus poesías se nutren de la condición humana. Se fortalecen al igual que la creciente del río Paraguay. Para desembocar a los pies del Tirano, del Tiranosaurio. ¡Una bestia sin fe ni ley! Éste otorga, a unos y a otros, el más cruel de los presentes: el exilio.
Lejos de su tierra, el poeta sufre. A flor de piel las palabras brotan. Su alma persiste en querer vivir aún. No le da tregua al silencio. Su pluma bebe la sangre derramada por doquier, en aquellas batallas inútiles. El soplo divino irradia su pesar.
Y renace con él el recuerdo de todo lo que amó. Añora el dulce cantar del pilincho. Sueña el frágil candor de la mujer paraguaya. Su memoria cabalga con aquel ente tendido, sin vida, en algún matorral. Sus ojos divisan la soledad, compañera suya.
Exiliado en Foz de Yguazú, “el poeta de los humildes” aún vive en la precariedad, rodeado de amigos. El cáncer fue el huésped de su pulmón. La muerte implacable lo acechaba. Sabiendo su estado, “Te’o” quiso retornar a su tierra natal. Pero también ese sueño le fue negado. Negado por el Tiranosaurio.
Stroessner le había pedido al poeta una poesía. ¡Una ofrenda a su grandeza! Ni me imagino la cara de Teodoro S. Mongelós. Y su respuesta fue un NO rotundo. No podía, ni por más que quisiera, “Te’o” tirar todo por la borda. Renunciar a sus convicciones solo por morir en el seno de su Patria.
Y fue ahí que la Bella Dama, de manto negro, lo tomó en sus brazos. Llevándole a las tinieblas y una paz eterna. Su respiración calló... pero nosotros no.
Con Daniel Torales, autor de Teodoro S. Mongelós. La pluma nunca acallada, revivimos un pasado amargo para unos y tan dulce para otros.
María José Riego
Investigadora
Figuras