Por Susana Oviedo
soviedo@uhora.com.py
La desesperada búsqueda de algún programa periodístico en televisión, el domingo de noche, nos condujo a un programa del canal argentino América, justo en el momento en que mostraba a unas figuras fantasmales, de aspecto físico profundamente deteriorado, hacinadas en reducidos y sucios espacios comunes, entre rejas. Era obvio que se trataba de una cárcel.
La cámara insistía con primeros planos de los pies descalzos de los reclusos, sus bocas desdentadas y las cicatrices en el rostro y brazos. Uno de los internos explicaba –con acento argentino– al periodista Rolando Graña que dormían en el suelo, sin colchón, y que debían luchar contra las vinchucas que abundaban en el penal. Hablaba de cómo en ese sitio todo tiene su precio y todo se robaba, por lo que se duerme con un ojo abierto y otro cerrado.
La situación era muy distinta en el sector vip, arrendado por los narcotraficantes. Un rincón donde inclusive, según las imágenes, había una barra (como en el bar), televisor y una mesa de billar.
A esta altura del reportaje, la curiosidad ya resultaba incontenible. ¿Qué lugar es este?
Afortunadamente, apareció un subtítulo: “Tacumbú, la cárcel más peligrosa de Sudamérica” y luego otro, más elocuente aún: “Tacumbú, el infierno”.
Para hacerlo más patético, el reportaje incorporaba imágenes de archivo de reclusos que se crucificaron, cosieron los párpados y los labios, en reclamo de atención y mejores condiciones de encierro.
El periodista no podía creer que no le daban siquiera un colchón. Entrevistó particularmente a internos argentinos que, según indicaron, eran unos 50. Los que hablaron expresaron con especial énfasis el deseo de ser extraditados.
Una vez más, el Paraguay estaba siendo ubicado en la vitrina internacional por algo malo, degradante.
Mostrando cómo se maneja la principal penitenciaría, quedó en evidencia un rostro inhumano, primitivo, del país. Como un lugar donde no se reconocen los derechos humanos elementales y donde las reglas que rigen una institución penal se degradan hasta la perversión.
Menos mal que el periodista Graña no investigó demasiado. Si no, hubiera descubierto que el Estado paraguayo fue condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos a indemnizar a las víctimas de un incendio producido años atrás en el reclusorio juvenil Panchito López.
Con su reportaje, quedó claro que de las condiciones en que se encontraba la población penal de Tacumbú pocos saldrán rehabilitados. Entonces: ¿qué pasó con el mejoramiento del sistema penitenciario nacional? ¿No dijeron que iban a descomprimir la población de ese penal –de 2.900 internos, 4 veces más de su capacidad–, construyendo otros nuevos centros? Lo prometió el actual gobierno.
Si lo que la televisión argentina vino a recoger en imágenes y testimonios ya es producto de las mejoras, no nos imaginamos lo que habrá sido antes. De seguro, un infierno.
Golpea constatar que el Paraguay no trasciende por sus logros y acciones positivas y replicables. Su fama negativa se acentúa día a día. Se configura con secuestros, corrupción sin límite, impunidad, políticos embusteros e ineficaces. También con atraso, nula visión de futuro, inseguridad, desempleo y pobreza, etc.
Los esfuerzos, las esperanzas, los aciertos, triunfos cotidianos, acciones solidarias y la grandeza de los paraguayos quedan violentamente opacados por las mentiras, las apetencias económicas y la profunda deshonestidad de unos pocos inoperantes e insensibles seudodirigentes, que no terminan por hundir al país solo porque viven en él. Ellos son los responsables de que existan infiernos como el de Tacumbú.