12 feb. 2025

Solo el amor vence al odio

Hoy meditamos el Evangelio según san Lucas 6, 27-38.

“Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará”. Es necesario encontrar una salida a los conflictos cotidianos. La propuesta de Jesús es creativa y eficaz: solo el amor es capaz de desarmar el odio.

Una vez que Jesús ha presentado las bienaventuranzas, las claves que descubren dónde está la felicidad (cf. Lc 6,20-26), ahora señala el camino para alcanzarla, un sendero duro y espinoso, pero que vale la pena recorrer. Sus palabras son exigentes.

“Amad a vuestros enemigos”. ¿No es esto algo que excede la capacidad humana? Es, ciertamente, costoso pero necesario. Basta abrir los ojos para ver que en las relaciones profesionales, en el debate político y social, e incluso, a veces, entre amigos y miembros de la propia familia, se hacen daño, se comenten injusticias, y no faltan humillaciones, rencores o venganzas. Pero cuando la respuesta a esos atropellos es violenta, las consecuencias son todavía peores. Es necesario encontrar una salida a los conflictos desde otra perspectiva. La propuesta de Jesús es creativa y eficaz: solo el amor es capaz de desarmar el odio.

“Haced bien a los que os odian”. ¿Es justo exigir hacer el bien a quien nos guarda rencor o nos ha hecho algún mal? “Jesús no pretende alterar el curso de la justicia humana, no obstante, recuerda a los discípulos –observa el papa Francisco– que para tener relaciones fraternales es necesario suspender los juicios y las condenas. (…) ¡El cristiano debe perdonar! Pero ¿por qué? Porque ha sido perdonado”[1]. Jesús entregó su vida en la cruz para traer la salvación al mundo entero, también a sus perseguidores.

“Bendecid a los que os maldicen”. ¡Cuánto destrozan los insultos, las calumnias, las difamaciones, las habladurías, y con qué facilidad nos justificamos cuando nos sumamos al coro de los chismosos! Todos debemos permanecer vigilantes, porque como dice Santiago: “La lengua es un fuego, un mundo de iniquidad; es ella, de entre nuestros miembros, la que contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, inflama el curso de nuestra vida desde el nacimiento” (St 3,6). La maledicencia no cabe en el perfil del discípulo de Cristo, sino todo lo contrario. Quien ama, habla bien incluso de quienes lo maldicen, y les desea lo mejor, que Dios los bendiga. Reza hasta por aquellos que lo están fastidiando: “Rogad por los que os calumnian”.

“Lejos de nuestra conducta, por tanto –señala San Josemaría–, el recuerdo de las ofensas que nos hayan hecho, de las humillaciones que hayamos padecido –por injustas, inciviles y toscas que hayan sido–, porque es impropio de un hijo de Dios tener preparado un registro, para presentar una lista de agravios. No podemos olvidar el ejemplo de Cristo”[2]. El camino cristiano no es fácil, requiere afrontar pruebas arduas en las que es inevitable padecer, como Jesús sufrió en la Cruz, pero es un sendero de paz, alegría y amor, que conduce a la felicidad. Solo quienes perdonan se comportan como buenos hijos de Dios Padre misericordioso y serán bienaventurados.

“Con razón, esta página evangélica se considera la carta magna de la no violencia cristiana –comentaba Benedicto XVI–, que no consiste en rendirse ante el mal –según una falsa interpretación de “presentar la otra mejilla” (cf. Lc 6,29)–, sino en responder al mal con el bien (cf. Rm 12,17-21), rompiendo de este modo la cadena de la injusticia. (…). El amor a los enemigos constituye el núcleo de la “revolución cristiana”, revolución que no se basa en estrategias de poder económico, político o mediático (…), sino que es don de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido”[3]. (Frases extractadas de https://opusdei.org/es-es/gospel/2022-02-20/)