En 1960, el deporte rentado posibilitó su creación por la Conmebol. Suspendida este año desde principios de marzo, la semana pasada se reinició la disputa de la 61 edición, marcada por la pandemia, pero también por el recuerdo de las seis décadas de su estreno.
Siete equipos de siete países (menos Venezuela, Ecuador y Perú) distribuyeron, inicialmente, el ancho terreno de juego: desde Bogotá hasta Santiago de Chile, a la vera del Pacífico; pasando por La Paz, Buenos Aires, Montevideo y Asunción; para extenderse hasta el nordeste del Brasil, en Salvador de Bahía, a orillas del Atlántico. Solo la música, quizá, y los nombres a los que hace alusión el trofeo, habían vinculado antes a América del Sur como comenzó a hacerlo entonces el fútbol.
De los siete clubes de la primera edición, este año participan cuatro: los primeros campeón y subcampeón, el Peñarol uruguayo y el Olimpia paraguayo, respectivamente; Jorge Wilsterman de Bolivia y Universidad de Chile. Los otros participantes inaugurales fueron San Lorenzo de Almagro (Argentina), Bahía (Brasil) y Millonarios (Colombia).
Entre abril y mayo de 1960, el tradicional Millonarios (donde poco antes brilló Alfredo Distéfano, antes de marcharse al Real Madrid) eliminó a Universidad de Chile por un global de 7-0. El San Lorenzo de José Sanfilippo bajó, más duramente y en tercer partido, a Bahía. Peñarol tampoco tuvo piedad de Wilsterman: 8-2. Olimpia, finalmente, resultó libre por la falta de un octavo equipo, pero terminó siendo el que más lejos viajó: Colombia.
cuatro mejores. Las semifinales se jugaron, a ida y vuelta, entre el 18 de mayo y el 5 de junio. El Peñarol de Alberto Spencer y Luis Cubilla no fue tan contundente como en cuartos. Empate a un gol en el abarrotado Centenario, que prefiguraría el marco de las grandes gestas de los clubes uruguayos; otro partido a cero en Parque Patricios, donde el equipo de Boedo debió hacer de local; más un partido de desempate que la floja diplomacia del Cuervo cedió se jugara en Montevideo y que Peñarol ganó 3-2, catapultaron a los de Roberto Scarone a la final. En la otra llave, el Olimpia de Aurelio González, más fresco y rumbo al pentacampeonato en el torneo doméstico, no tuvo mayores dificultades para eliminar a Millonarios por 5-1 en el agregado. Los hermanos Lezcano, Juan Vicente y Claudio; el partícipe de los cinco logros locales, Herminio Arias, en el arco; y un goleador indómito como Luis Doldán, no tardarían en extrañar; sin embargo, el talento de lo inesperado de dos miembros del sistema nervioso de aquel equipo, emigrados a Europa poco antes: Ignacio Achucarro y Juan Bautista Agüero.
En Montevideo y Asunción, en climas que conocemos hoy como de Copa, pero mucho más peligrosos, por decirlo de alguna manera, Peñarol fue también más que Olimpia. Con una delantera punzante, cerebral y goleadora que conformaron Cubilla y Spencer. En Uruguay, este hizo el único gol. En Asunción, Cubilla marcó el empate a siete minutos del final. Aun si el ecuatoriano (hasta hoy goleador histórico de la competición) no era eficaz, como sucedió en la revancha asuncena, Scarone tenía en la banca al ídolo de su hinchada, Juan Eduardo Hohberg. Las crónicas cuentan que fue él quien dio vuelta el juego en Puerto Sajonia. Así Peñarol nació el primer campeón.
Después el paraguayo Juan Vicente Lezcano haría historia en el equipo uruguayo, como futbolista; así también el uruguayo Luis Alberto Cubilla inscribiría su nombre en la del club paraguayo, como entrenador.
Así es la Copa Libertadores que, por fin, ve otra vez cómo rueda el balón.
5 Copas Libertadores ganó Peñarol entre 1960 y 1987. Su última final fue en 2011, cuando perdió contra Santos.
Juego brusco, arbitraje y naranjazos
En general, los medios de comunicación de la época (y la memoria carbonera en torno a los partidos de hace sesenta años con Olimpia), se quejaron de la violencia paraguaya, dentro y fuera de la cancha. En 1970, en el libro por entregas el periodista Sergio Decaux describió de esta forma el juego olimpista en el Centenario: “Poco hizo el campeón guaraní, nervioso, violento, casi mal intencionado”. La delegación paraguaya, en cambio, habló de arbitraje localista y un directivo amenazó: “Los uruguayos se olvidan de que tienen que ir el domingo próximo a Asunción”.
Por eso, tal vez, la revancha en Asunción es más épica: es el partido de los naranjazos. Hasta que Hipólito Recalde abrió, no se detuvo desde las gradas lo que el periodista argentino Luciano Wirnecke llama, en , una “lluvia naranja”. Cesó hasta los 83’, cuando Cubilla empató. De ahí hasta el final, puros naranjazos en Sajonia.