Hoy meditamos el Evangelio según San Juan 6, 60-69. Como aquellos discípulos que reafirmaron en Cafarnaún su plena adhesión a Cristo, muchos hombres y mujeres de todos los tiempos y razas, después de haber andado quizá largo tiempo en la oscuridad, un día encontraron a Jesús, y vieron abierto y señalizado el camino que les conducía al Cielo, así también ocurrió en nuestra vida; por fin, nuestra libertad no solo servía ya para ir de un lado a otro sin rumbo fijo, sino para caminar hacia un objetivo: ¡Cristo!
Entonces comprendimos el carácter sorprendentemente alegre de la libertad que elige a Jesús y lo que nos acerca a Él, y rechaza lo que nos separa, porque “la libertad no se basta a sí misma: Necesita un norte, una guía”. El norte de nuestra libertad, lo que marca en todo momento la dirección de nuestros pasos, es el Señor, pues sin Él, ¿a quién iremos?, ¿en qué gastaríamos estos cortos días que Dios nos ha dado?, ¿qué vale la pena sin Él?
Para muchos, desgraciadamente, la libertad significa seguir los impulsos o los instintos, dejarse llevar por las pasiones o por lo que les apetece en un momento dado. En realidad, estos hombres –¡tantos!– están olvidando que “la libertad es ciertamente un derecho humano irrenunciable y básico, pero que ella no se caracteriza por el poder de elegir el mal, sino por la posibilidad de hacer responsablemente el bien, reconocido y deseado como tal”.
Un hombre que tenga un equivocado y pobre concepto de la libertad rechazará toda verdad, que proponga una meta válida y obligatoria para todos los hombres, porque le parecerá como un enemigo de su libertad.
El papa Francisco a propósito del evangelio de hoy dijo: “Muchos de los discípulos de Jesús comenzaron a murmurar y a escandalizarse. Murmurar y escandalizar. Algunos se alejaron diciendo: “Este hombre es un poco especial; dice cosas que son duras y nosotros no podemos… es un riesgo demasiado grande seguir por este camino. Tenemos buen sentido, ¿eh? Vamos un poco detrás y no tan cerca de Él”.
Estos, tal vez, tenían una cierta admiración por Jesús, pero un poco a distancia: No entrometerse demasiado con este hombre, porque dice cosas un poco extrañas.
Estos no se consolidan en la Iglesia, no caminan en la presencia de Dios, no tienen el consuelo del Espíritu Santo, no hacen crecer a la Iglesia.
Son cristianos solo con buen sentido: Toman sus distancias. Cristianos satélites, por así decirlo, que tienen una pequeña Iglesia, a la propia medida. Para decirlo con las palabras de Jesús en el Apocalipsis, son cristianos tibios.
La tibieza que se da en la Iglesia es aquella de quien camina solo siguiendo el propio buen sentido, que frecuentemente coincide con el sentido común. Son aquellos que caminan con una prudencia mundana, una tentación para muchos.
Pienso en muchos de nuestros hermanos y hermanas que en este momento, justo en este momento, dan testimonio del nombre de Jesús, incluso hasta el martirio. Estos no son cristianos satélites: Estos van con Jesús, por el camino de Jesús.
Estos saben perfectamente lo que Pedro dice al Señor, cuando el Señor le pregunta: “¿También ustedes quieren marcharse, ser cristianos satélites?”. Le responde Simón Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Así, de un grupo grande, se convierte en un grupo un poco más pequeño, pero de aquellos que saben perfectamente que no pueden ir a otra parte, porque solamente Él, el Señor, tiene palabras de vida eterna.
Ir con Jesús, por lo tanto, sin temor, por el camino que Él indica. Recemos por la Iglesia, para que siga creciendo, consolidándose y caminando en el temor de Dios y con el consuelo del Espíritu Santo.
Que el Señor nos libre de la tentación de aquel “buen sentido”; de la tentación de murmurar contra Jesús, porque es demasiado exigente; y de la tentación del escándalo”.
(Del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal y https://www.pildorasdefe.net/liturgia/evangelio-juan-6-60-69-profesion-fe-pedro-murmuraban-contra-jesus).