El gigantezco establo donde se representa el nacimiento de Jesús desde hace décadas tiene unos doce metros de largo y ocho metros de profundidad, y este año estrena una ampliación de seis metros para abarcar la vegetación que representa los bosques que cuidan los indígenas.
Los visitantes pueden ingresar dentro del pesebre por un sendero bien iluminado y recorrer cada uno de los escenarios donde se pueden ver las piezas talladas en madera, los detalles significativos del armado y el mural que representa la leyenda de la creación de la imagen de la Virgen de Caacupé, tallada por un indígena.
El recorrido finaliza con el establo que tiene como centro una reliquia para la familia Sánchez: el Niño Jesús de más de 100 años que perteneció a Liberata Cáceres, quien heredó a sus hijos Ramón y Julia Sánchez y estos inculcaron a sus seis hijos –Carlos, Ramona, Darío, Marta, Víctor, Julia y Marne– a amar esta tradición que ya empieza a gestarse desde julio, con una ronda de ideas durante un karu guasu.
Carlos Sánchez comentó que la familia pone sus “manos a la obra” ya en octubre, liderados por su hermana Ramona, quien es la principal promotora de esta tradición.
Comentó que cada año ofrecen una experiencia distinta para los visitantes, pues la escenografía, el decorado y las piezas que componen el pesebre son diferentes de acuerdo con el concepto que se desarrollará.
Este año, el pesebre gigante se inspiró en el Año Internacional de las Lenguas Indígenas, aprobado por las Naciones Unidas.
La casa de la familia Sánchez está ubicada sobre la ruta Marcial Samaniego, que une Itá con Itauguá (camino al Hospital Nacional), a tres kilómetros de la PY02 Mariscal José Félix Estigarribia.