25 abr. 2024

¿Quién dejó morir a Ramón del Río?

El gran actor falleció esta semana, esperando en vano una cama de terapia intensiva, que podría haber ayudado a extender su vida. El Correo Semanal le rinde homenaje con los textos de sus colegas, quienes lo conocieron muy de cerca.

Raquel Rojas

Directora de teatro, actriz y periodista.

Hace un mes nos vimos en la Chopería Roma y le digo a Ramón:

–Tengo una obra sobre los últimos días de José Asunción Flores, quien –ya muy debilitado en su salud– en la obra recuerda sus sueños de regresar al Paraguay y escribir su obra cumbre Cerro Corá. Querido amigo actor, te pido que me aceptes en este protagónico. Te va a gustar, nde rejogua nunga la Flores-pe, chamigo.

Ramón, sonriente, responde:

–Ah, che ajogua chupe, por lo de Flores moribundo del mal de Chagas. Como yo, sobreviviendo hace más de 60 años a mi enfisema y así seguiremos, tirando por muchos años más, che amiga”.

Continuando con esa última conversación, que giró sobre la vida, la salud y el teatro, le digo:

–Sí, Ramón, desde el TPV y Aty Ñe’ê, ¡cuántas veces ya te ibas a morir y saliste airoso haciéndole pito catalán a la parca!

Se ríe y al hilo desgaja una de sus “ramonadas”.

–Es que yo soy “actor a-moroso”. No muero fácil, tengo varias vidas como los gatos. Che gustá nde proyecto, Raka. ¡Aháta aju…!

–Mbooiko rehóta? –le pregunto, picada por su argelería.

–Y… seguro que me voy a internar de nuevo, porque nda ha’ei la a ñe ñandu porãba hína. Tengo otras propuestas para grabar dos películas y ahora contigo una nueva obra de teatro, y un proyecto de radioteatro con Roger Bernalve. Son objetivos más que estimulantes, para no morirme mañana. Ha’ema ndeve: aháta aju.

Ese fue nuestro último encuentro, con la promesa de volver a encontrarnos para iniciar los ensayos de la nueva obra teatral acerca de Flores.

Solo lo volví a ver el domingo 13 de junio de 2021, encerrado en una caja lacrada. Recordé el poema de los apapokuva guaraní: “La cabeza doblada sobre los brazos cruzados”. Entonces, entre el llanto y los recuerdos que se agolpan en mi mente, surge la pregunta: ¿Quién dejó morir a Ramón del Río?

Triste premonición de Navidad

Hace una semana me cuentan que de urgencia llevaron a Ramón al Geriátrico del IPS, lo que no llamó nuestra atención, debido a que él me lo había anticipado en nuestra última conversación. Era un Covid debilitado, pues él estaba vacunado. No sería fatal. Quedé inquieta, pero recordé que, hace dos años, Ramón también se había internado de gravedad y salió airoso, saludable, cuidadoso y, como todos los años, pasó la Navidad en nuestra familia.

Recuerdo que en la Navidad del 2019, en familia y divertidos con sus chistes y sus emotivos poemas, Ramón nos dice: “Hace muchos años que vengo a pasar la Navidad con los Rojas, mi familia adoptiva, porque me da suerte. Es una cábala. Paso con ustedes las fiestas y paso el año” (Qué sentido del humor ante la angustia de la muerte).

En la Navidad de 2020 no vino. Todos en la casa lo extrañamos. Y no puedo dejar de pensar en la triste premonición que nos había vaticinado. No pasó la Navidad con nosotros y, según su cábala, no llegó a pasar el fatídico año 2021. Nos vuelve la pregunta: ¿Quién dejó morir a Ramón del Río?

Ramón se fue, luego de luchar por vivir como gato panza arriba. Luego de una agónica espera ¡de cinco días! por una cama en terapia intensiva. Se fue, sin quererlo, la medianoche del 12 de junio de 2021, cuando Caronte (el barquero de la muerte) vino a ayudarlo a subir a la barca del río Aqueronte hacia el mundo de Hades y, ante la desolación de su partida, nos vuelve la pregunta: ¿Quién realmente dejó morir a Ramón del Río?

Quizás, en mayor o menor medida, todos seamos un poco responsables, y no deberíamos quedarnos con la respuesta fácil de las generales de la ley: “Lo mató la pandemia”. Eso sería cierto, también, pero no sería toda la verdad.

UNA VIDA DEDICADA AL ARTE

Cuando Ramón del Río, habiendo sido uno de los actores de teatro y cine más prolíficos del Paraguay, quien con su interpretación recorrió los cielos de nuestro país, de América y el mundo, integró los grupos de teatro independiente, el Teatro Popular de Vanguardia (TPV), y luego con Aty Ñe’ê, para actuar en compañías y pueblos de la región oriental, por los polvorientos caminos de la tierra roja, con una troupe que, terca y alegremente, difundía mensajes libertarios con la dictadura en los talones, Ramón del Río ya sufría su epoc pulmonar y no tenía cuidados especiales, ni él lo exigió jamás...

Ramón del Río dejó las giras e integró compañías de repertorio de la Asunción teatral urbana: Aty Ñe’ê con Volpone, Arlequín, la Alianza Francesa, con Agustín Núñez en Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos, y El Camarín Arteatro de Asunción. Raramente se le preguntaba cuáles eran sus dolencias físicas y en qué podíamos sus colegas hacerle la vida más fácil. Era el buen actor e integraba los elencos con la afabilidad y el humor que lo caracterizaban; a veces lo veíamos respirar con dificultad; para su estoicismo “jamás importó”.

Desde siempre, Ramón ya arrastraba un cuerpo sufriente. Sus débiles pulmones lo iban deteriorando con cada esfuerzo que significa una actuación en teatro, que requiere de gran estado físico en los ensayos y funciones. A Ramón no se le notaba el enorme esfuerzo que le significaba cada actuación. Su debilitada salud no debía de ser tema de conversación. La pasión y el entusiasmo por lo que hacía en escena henchía de nuevos bríos a sus desgastados pulmones. El cine fue su última gran pasión, pues allí encontró la realización que anhelaba. En el audiovisual podía seguir actuando sin estar sometido a largas temporadas de ensayos, funciones y giras que conlleva el teatro. Con todo, siempre estaba presto a hacer teatro.

“Aháta aju”

Antes de la “ceremonia del adiós”, Ramón estaba pleno de proyectos artísticos, a sus 83 años (¡al fin supimos su edad!). No era un ser humano sujeto a una muerte anunciada. Al contrario, le había dicho a uno de los jóvenes del grupo Real de Teatro en la boardilla de la calle Roma, donde vivía: “Yo sé que mis fuerzas flaquean y quizás tenga que pasarme una temporada de vuelta en el IPS. Aháta aju. No tengo voluntad ni estoy en condiciones de morir. Aún tengo mucho que hacer”.

El hombre propone y el pésimo sistema sanitario paraguayo dispone. ¿Qué ocurrió en el desenlace fatídico que acabó con la vida de Ramón del Río? Alguna vez, una investigación de “posguerra pandémica” habrá de desentrañar circunstancias, decisiones y omisiones de cuidados sanitarios para las víctimas, entre quienes figura en estadísticas nuestro mejor actor paraguayo, a quien se lo tuvo en un pasillo primero, a la espera de una cama, y luego en una sala común, en tanto requería de terapia intensiva para salvar su vida.

No hicieron mella en los responsables de salud, ni de la política pública, los desesperados reclamos de propios y extraños, vía redes sociales, mensajes y llamados. El sistema público sanitario paraguayo hizo oídos sordos a la búsqueda de alternativas y dejó entrar en las estadísticas fatales al “viejito” de 83 años, con el remanido discurso: “Murió, pues tenía enfermedad de base, que el Covid potenció. Murió de Covid”.

Ramón estaba vacunado y le faltaban dos días para recibir la segunda dosis, cuando falleció. El Covid no debería haberle sido mortal. Ramón del Río falleció esperando los tratamientos de terapias especializadas que podían evitar la muerte del mejor actor del Paraguay. Duele decirlo, pero hay que decirlo.

A este gran artista lo dejamos morir entre todos, al admitir tácitamente el protocolo de la pandemia: que los viejos serán los primeros. Ramón era un “viejito” que trajo gloria y honores al Paraguay. Las comunidades indígenas, aquellas “culturas condenadas”, otorgan a sus ancianos el sitial más alto en la consideración social, los cuidan y protegen, pues saben que la sabiduría ancestral conserva y proyecta al futuro, a la comunidad. Al revés de la sociedad de mercancías, que deja morir a sus sabios ancianos, pues son considerados “no productivos, no esenciales”. Cabe la pregunta final: ¿Cuáles son las “sociedades primitivas”?

Y aquí nos quedamos tristes, como astronautas solitarios en una noche espacial, añorando verlo desde alguna estrella a este último Quijote desgarbado, caminante empedernido de su ciudad gótica, de vozarrón de actor dramático y bromas pesadas de niño, con su eterna sonrisa de hombre bueno.

(*) Raquel Rojas es directora de teatro, gestora cultural, actriz y periodista columnista. Es fundadora del Grupo teatral Aty Ñe’ê, del cual Ramón del Río fue integrante en los años 70.

No es cierto
No es cierto.
Es falsa la noticia.
Es puro teatro.
Los ídolos no mueren.
Se borran un tiempo.
Se ocultan.
Se vuelven personajes
de una obra no estrenada.
Interpretan una ausencia,
Un silencio.
Una lágrima.
Después aparecen, humildes.
Anónimos,
en un bar,
en una calle cualquiera,
en un filme insólito,
con su esplendor
y gloria
y saludan al público
con aires de victoria.
No se ha ido ni se irá.
Es el Supremo el que duerme
y no sabemos dónde está.
La función no termina.
Pero debemos aplaudir.
Fue, es y será siempre
un hombre rebelde,
un actor magnifico.
Levanten el telón,
Luces.
Aplausos. Aplausos.
Es Ramón del Río.
en una función sin final.

Moncho Azuaga

Más contenido de esta sección
Las ventas al público en los comercios pyme de Argentina cayeron un 25,5% interanual en febrero pasado, golpeadas por la pérdida de poder adquisitivo de los consumidores a causa de la elevadísima inflación, y acumulan un declive del 27% en el primer bimestre del año, según un informe sectorial difundido este domingo.
El mandatario decidió crear el fondo nacional de alimentación escolar esperando un apoyo total, pues quién se animaría a rechazar un plato de comida para el 100% de los niños escolarizados en el país durante todo el año.
Un gran alivio produjo en los usuarios la noticia de la rescisión del contrato con la empresa Parxin y que inmediatamente se iniciaría el proceso de término de la concesión del estacionamiento tarifado en la ciudad de Asunción. La suspensión no debe ser un elemento de distracción, que nos lleve a olvidar la vergonzosa improvisación con la que se administra la capital; así como tampoco el hecho de que la administración municipal carece de un plan para resolver el tránsito y para dar alternativas de movilidad para la ciudadanía.
Sin educación no habrá un Paraguay con desarrollo, bienestar e igualdad. Por esto, cuando se reclama y exige transparencia absoluta en la gestión de los recursos para la educación, como es el caso de los fondos que provienen de la compensación por la cesión de energía de Itaipú, se trata de una legítima preocupación. Después de más de una década los resultados de la administración del Fonacide son negativos, así como también resalta en esta línea la falta de confianza de la ciudadanía respecto a la gestión de los millonarios recursos.
En el Paraguay, pareciera que los tribunales de sentencia tienen prohibido absolver a los acusados, por lo menos en algunos casos mediáticos. Y, si acaso algunos jueces tienen la osadía de hacerlo, la misma Corte Suprema los manda al frezzer, sacándolos de los juicios más sonados.
Con la impunidad de siempre, de toda la vida, el senador colorado en situación de retiro, Kalé Galaverna dijo el otro día: “Si los políticos no conseguimos cargos para familiares o amigos, somos considerados inútiles. En mi vida política, he conseguido unos cinco mil a seis mil cargos en el Estado...”. El político había justificado así la cuestión del nepotismo, el tema del momento.