Por Adolfo Ferreiro
Ya están los flamantes agentes de la Policía Urbana Especializada patrullando en parejas el centro de Asunción. Con sus vistosos uniformes azules, la saludable juventud de sus integrantes y lo que parece a simple vista un buen equipamiento para la misión, proporcionan un hálito de esperanza por lo razonable de la creación del cuerpo al servicio del orden público y la seguridad vecinal.
Iniciativa del Ministerio del Interior, contrasta con esa otra también suya, tan cuestionada que son los grupos civiles armados, agresivos e ilegales, que al margen de la institucionalidad y carentes de control efectivo, hacen de las suyas bajo el nombre de “guardias vecinales” y “comisiones garrote”.
Parecería que en el ámbito urbano el Ministerio del Interior aplica las normas, los principios y valores que tiene la obligación de considerar en su accionar, mientras que en algunas zonas suburbanas y del interior acepta como ineludible e inmodificable la dramática realidad de lo que se llama ausencia del Estado, es decir, que esos territorios son, según un pragmatismo repudiable, tierras de nadie donde cada quien hace lo que quiere, incluso el orden público y la sanción de presuntos delitos, por cuenta y mano propia.
Pueden hacerse consideraciones de diversa índole técnica, legal o política sobre cómo responder a los problemas en distintos escenarios. Sin embargo, las más importantes serían las de orden institucional y moral.
En el primer caso, según se ve, primaron para combatir la inseguridad y la delincuencia los que mandan que toda función policial deba enmarcarse en lo institucional y revestirse de alta moralidad. Por eso se puede entender que, vistos los cuestionamientos al desempeño de la Policía Nacional, se haya creado un nuevo cuerpo policial con atribuciones y funciones específicas. En cuanto a lo moral, desde la juventud de los nuevos agentes, la novedad de sus uniformes y la puesta en práctica de métodos de selección que superen los tradicionales tan poco confiables y, sobre todo, la promoción de un refrescado espíritu de cuerpo y ética profesional, indican un buen comienzo. Todo esto, muy lejos de la cultura de “seguridad de vecindario” y de turba irregular que caracteriza y por lo tanto alarma, de lo que se está haciendo en distintos ámbitos rurales y suburbanos.
Es de desear que el proyecto policial urbano especializado no sea devorado por la frecuente indolencia de las autoridades y la incontenible fuerza con que la corrupción y la degradación acaban con buenas ideas e iniciativas. No solo eso; sería bueno que si el proyecto da resultados y la opinión pública lo aprecia correctamente, sirva como ejemplo y motivación para extender su impronta institucional y moral a los demás órganos que hoy día se ven, la más de las veces, como adversarias del orden público y ni qué decir de la moral, tales como las policías municipales de tránsito y la Policía Caminera.
En el esfuerzo por construir el orden democrático que deje atrás al de la autocracia, el esfuerzo de los jóvenes que acepten el servicio en el nuevo cuerpo policial se tornará en contribución patriótica si pese a los sacrificios y las privaciones que ello implica, mantienen una conducta y un desempeño que les permitan decir con orgullo que son policías al servicio de la sociedad.