Cristina Rojas –de Ypacaraí– fue hasta el Santuario de la Virgen de los Milagros este año con su pareja, Joel Benegas –de Itauguá– y en compañía de la hija de este último. A diferencia de otros años fue a buscar sosiego, a encontrar consuelo ante la reciente pérdida que sufrió.
Tras entregarse a una oración en el interior de la réplica del antiguo templo de la Inmaculada, salió a paso lento y llenó absorta tres botellas plásticas con agua del Tupãsy Ykua o Pozo de la Virgen.
En julio pasado, llevaba 42 semanas de gestación y –cuenta– no le sacaron a tiempo a su bebé. En vez de practicarle una cesárea, los médicos forzaron el procedimiento normal y su retoño falleció asfixiado por su cordón umbilical.
El caso ya fue denunciado y obra en algún despacho de la Fiscalía bajo la carátula de presunta negligencia médica.
Este suceso tuvo lugar en el Hospital Nacional de Itauguá. Relata que, poco antes estuvo internada cinco días en ese nosocomio: le medicaron contra el dolor que padecía y le dieron el alta.
Ella –recuerda– les pidió a los especialistas que le saquen a su bebé. Pasaron quince días y después volvió con sangrado y tardaron doce horas en practicarle el parto.
Aparte de buscar justicia –dice– se dirigió hasta la morada de la Virgencita Azul a buscar amparo. “Ella es mi hijastra –señala a la pequeña hija de su cónyuge–, tengo un varoncito de cuatro años”, presenta a sus familiares en tanto su pareja se refresca en el manantial a cuyo “poder curativo” los devotos se entregan. “Le pido en especial que me dé fuerzas, más a mí porque me siento muy triste; cuando estoy sola parece que el mundo se me va a acabar”, se quiebra al narrar su desventura. Su “angelito”, como ahora le llama, tenía nombre y el 8 de diciembre iba a cumplir cinco meses de vida.
“Ahora vamos a venir más por él”, dice sobre Alessandro Gael, el nombre que le iban a poner.
Mientras esperaba que su compañero, Joel, le llevara el cuadro con la imagen de su bebé se disponía a recibir la bendición del joven sacerdote que lanzaba agua bendita.