Por Natalia Ferreira Barbosa / Fotos: Fernando Franceschelli.
En la Semana Santa, los cristianos recuerdan la Muerte y Resurrección de Jesucristo. En ese tiempo, el Hijo de Dios fue traicionado, abandonado, arrestado, falsamente acusado, interrogado, agredido, humillado, torturado y asesinado. En la década del 70 –y durante todo el régimen stronista– en el país cientos de personas padecieron lo mismo y, desde 1976, el Domingo de Resurrección adquirió un nombre distintivo: Pascua Dolorosa. Solo que las víctimas de la dictadura no resucitaron, sino que viven en la memoria de quienes sobrevivieron al tormento.
La Pascua Dolorosa recuerda la brutal represión sufrida por cientos de miembros de las Ligas Agrarias Cristianas (LAC) y sus familiares, a raíz del descubrimiento (en abril de 1976) de sus conexiones con la Organización Político-Militar (OPM), que planeaba recurrir a la lucha armada para derrocar a la dictadura.
De acuerdo con el Informe Final de la Comisión Verdad y Justicia, Tomo VII, ese descubrimiento fue la excusa perfecta para acabar con las Ligas Agrarias.
“Es importante contar qué pasó en Santa Rosa: Martín Rolón, desaparecido; Silvano Ortellado Flores, ejecutado; los cuatro hermanos López, desaparecidos; Diego Rodas, desaparecido; Dionisio Rodas, ejecutado; Alejandro Falcón, ejecutado. Y muchas mujeres fueron torturadas, violadas y encarceladas... Seguimos luchando y no nos entregamos, porque pedimos respeto a la vida. Vamos a luchar hasta morir, porque vivimos eso en carne propia. No podemos permitir que otros pasen por lo mismo”, cuenta Agustín González, poblador de Santa Rosa y presidente de la Comisión de Víctimas de la Dictadura. Él está acompañado de otras víctimas y sobrevivientes, en una sala con paredes tapizadas de recortes de periódicos y rostros de desaparecidos.
En formación
En la década del 60, el campesinado atravesaba una etapa difícil; reinaba la pobreza y no tenían acceso a servicios de salud. “No había mercado para vender nuestros productos; lo que ganábamos no alcanzaba para comer”, afirma Luis López, miembro de las LAC. Si bien en esa época ingresó al país mucho dinero, debido a la construcción de la represa de Itaipú, esto “produjo el acrecentamiento del poder económico de la clase adinerada, al igual que surgió... una nueva clase media que hacía ostentación de sus riquezas. Esta corriente de progreso se contraponía con la pobreza extrema de los campesinos paraguayos y de los habitantes de los barrios suburbanos de las ciudades paraguayas”, según el informe de la Comisión Verdad y Justicia. Las precarias condiciones de vida condujeron a un grupo de campesinos a organizarse para mejorar su situación, partiendo de la educación.
Las Ligas Agrarias Cristianas nacieron en los 60 y recibieron el apoyo de sacerdotes que consideraban que se debía educar a las personas para que sean autoras de su propia realización. La formación debía responder a las necesidades existentes, describe el padre José Luis Caravias en su libro Liberación campesina. Ligas Agrarias en el Paraguay.
“A los campesinos nos privaron de nuestros derechos. Pero nos dimos cuenta de que no vinimos a este mundo para que otros nos jueguen. Fue muy importante cuando nos descubrimos. Vimos que no teníamos por qué sufrir, pasar frío o hambre, enfermarnos sin ser atendidos, ser privados de estudiar. Entonces nos juntamos para organizarnos. También nos dimos cuenta de que en la escuela no recibíamos la educación que necesitábamos, porque no nos hacía tomar conciencia de nuestra situación. Al contrario, era como si nos tapara los ojos, porque el Gobierno educaba como quería”, afirma Luis López.
Organización
Durante ocho años, aproximadamente, la forma de organización comunitaria de las Ligas Agrarias funcionó sin muchos inconvenientes. El modelo se replicó en distintos departamentos, a partir de las escuelitas campesinas. Lo que buscaban estas escuelas era promover la creatividad y el juicio crítico de los niños. “Se procuraba formar hombres libres y responsables, que supieran poner su felicidad en ‘ser más’ persona y no en ‘tener más’ cosas; en servir a los demás y no en ‘ser servidos’ por sus semejantes”, analiza el libro de Caravias.
Lastimosamente, lo que se veía como un camino prometedor para el campesinado paraguayo, comenzó a truncarse cuando el Gobierno notó el aumento de los miembros de la organización. “Pillaron que rechazábamos la educación formal y que teníamos nuestra propia forma de administración, como el almacén de consumo o jopói, donde juntábamos nuestros productos para venderlos a un mejor precio y también los socios podían comprar las mercaderías a precio de costo”, señala López.
El modelo del jopói despertó el recelo de los comerciantes, que terminaron denunciándolos a las autoridades. “La organización quería que la gente defendiera sus derechos y viviera dignamente. Eso fue lo que al Gobierno no le gustó", dice Eusebio Ortellado, hijo de Silvano Ortellado, quien fue líder de las LAC en Misiones, y en vísperas de la Semana Santa del 76 murió torturado frente a sus hijos.
Persecución
Para el Gobierno y para quienes tenían intereses económicos, que los campesinos aprendan a razonar y a pensar por sí mismos era peligroso. Entonces comenzaron a perseguirlos. “A ellos no les gustó que nos despertáramos, porque así ya no iban a poder explotarnos. Si hablabas, ya te tildaban de comunista, y por eso podían llevarte preso, torturarte y matarte. Todo lo feo éramos nosotros. Nos torturaban, nos pasaban electricidad, nos metían a la pileta, pero nadie entendía lo que ellos preguntaban”, recuerda Luis.
Durante toda la charla, la viuda de Silvano Ortellado, Cristina Meza, se limitó a escuchar, pero de repente fue como si tomara fuerza para hablar: “Me llevaron a la comisaría y me metieron al calabozo. Después me llamaron y me dijeron: ‘Ya murió tu marido comunista’. En ese momento sentí que perdí mi brazo derecho y me caí. Cuando me soltaron y me iba al cementerio llorando, me decían que mi marido era comunista. Yo les dije: ‘Si eso era el comunismo, estaba bien porque trabajábamos juntos para vivir mejor. ¿Cómo puede ser que frente a su hijo le metieran un balazo? Hasta hoy sigo luchando, aunque hay días en que no puedo hablar porque lloro... Le doy gracias a mi marido porque mediante su lucha conocí mis derechos y luchamos por otras personas”.
Los apresamientos, torturas y ejecuciones se hicieron sistemáticos a partir del 76. Desaparecieron familias, muchos niños huérfanos quedaron a la deriva; sobrevivieron gracias a la solidaridad de parientes o vecinos. Aunque la mayoría los evitaba por temor a las represalias. Como si esto no fuera suficiente, las escuelas no admitían a los hijos de quienes se sabía que eran miembros de las LAC, organización que desapareció por unos 15 años. Algunos estuvieron presos por dos años o más, y luego se los liberó. Ni siquiera se podía prender una vela en la tumba de los asesinados sin que se levantaran sospechas o fueran blanco de la policía.
Una esperanza
De eso pasaron 40 años, que no son suficientes para olvidar. Es por esto que las LAC no pueden resucitar. Sin embargo, aún hay esperanza. “Durante el Gobierno de Fernando Lugo pedimos que se abra el Instituto Técnico Superior en Derechos Humanos Silvano Ortellado Flores. Conseguimos la administración general como reparación a las víctimas y familiares”, comenta Agustín.
Existen dos preocupaciones en el grupo:la falta de salida laboral para los jóvenes estudiantes, y que la educación actual no da respuestas al campesinado. Desean una educación integral, y allí chocan con los formalismos educativos."Hay mucha burocracia. Si queremos un cambio en la malla curricular, ellos se niegan (Ministerio de Educación). Los catedráticos ahora sí tienen rubros, aunque hay trabas de parte del MEC en la distribución, no es equitativa”, critica Cristina Ortellado, hija de Eusebio Ortellado y también docente en el instituto.
A pesar de sus pérdidas, los sobrevivientes siguen luchando como pueden. Este instituto es la semilla para ver nacer de vuelta la conciencia del campesinado, de Santa Rosa al menos. Con respecto a los responsables de la masacre, los campesinos admiten con resignación que nunca fueron juzgados. Los mismos policías que una vez los torturaron continuaron sus vidas como si nada. Queda un silencio en el ambiente. Cristina, la nieta de Silvano, trata de insuflar ánimos y dice: “Pero existe la justicia divina”, y su padre, Eusebio, le responde: “Ha péa mba’e ja’e chupe” (Y digámoslo así).