Sin destinar ingentes recursos presupuestarios para la inversión en generación ni en apariencia comprometer el crédito público avalando colosales préstamos, hemos gozado de una relativa disponibilidad de la energía eléctrica necesaria para nuestro consumo y desarrollo, con un costo por megavatio competitivo a nivel internacional. Sea cual fuere el resultado de las próximas negociaciones, esta situación persistirá por algunos años más.
En las novelas y el cine –y también en la realidad– los idilios acaban, muchas veces en lágrimas, y llegará el día en que nuestros picos de consumo comenzarán a sobrepasar nuestra cuota parte de la capacidad de generación de la binacionales, y dependeremos de otras fuentes para ir cubriendo. Planificar y ejecutar estrategias para suplir esta demanda será el gran desafío para la década que se inicia.
Complica esta tarea la incertidumbre generada por los impactos del cambio climático, y las políticas que serán implementadas para mitigarlo. Es imposible pronosticar con precisión cuál será el escenario mundial en el que estaremos insertos dentro de 10 o 20 años, pero algunas tendencias ya se vislumbran: Habrá cada vez más oposición a las emisiones de carbono y al uso de combustible fósiles para la generación, y probablemente países avanzados implementarán políticas disuasivas regulatorias y arancelarias en su comercio internacional.
El uso de automóviles eléctricos será cada vez más general, y las grandes marcas irán progresivamente abandonando la producción de vehículos movidos con hidrocarburos. Los mercados bursátiles ya están reconociendo este fenómeno, con importantes aumentos en las cotizaciones de fabricantes de vehículos eléctricos. Las acciones de Tesla, una de las marcas más conocidas, han triplicado su valor en los últimos 12 meses.
Esto puede ser favorable para nivelar nuestra curva de demanda: Los vehículos eléctricos generalmente se recargan en horarios nocturnos de menor consumo. También, la sustitución de combustibles importados por energía de producción local favorecerá nuestra balanza de pagos. Sin embargo, es una demanda adicional que se sumará a la demanda industrial y doméstica.
Para poner números, nuestra importación de nafta y diésel es hoy de aproximadamente 2.500.000 metros cúbicos anuales. Convertidos a unidades eléctricas automotrices, representa unos 22.500 Gwh, prácticamente el 50% de nuestra parte de la generación de Itaipú. Para el año 2030, a tasas de crecimiento actuales, será casi el 90%.
Aparte de algunas oportunidades hidroeléctricas de menor escala y eficiencia, nuestras alternativas eco amigables de generación hoy son tres: La solar, la eólica y la nuclear, cada una con sus ventajas e inconvenientes. La generación solar y la eólica son escalables –se pueden ir ampliando a medida de las necesidades– y con cero costos de insumos, pero solo generan cuando hay sol o viento. La nuclear es predecible y regulable, pero con alto costo de capital y una imagen negativa en la percepción pública.
Consideremos también el uso de baterías para almacenar energía en las horas de bajo consumo y suministrarla en los horarios de punta. En el año 2017, el estado de Australia del Sur instaló para este propósito baterías Tesla con una capacidad de 129 Mwh a un costo de USD 90 millones.
No todos los idilios tienen inevitablemente que desembocar en llantos y espantos. No cabe duda que nuestro futuro será eléctrico, pero para disfrutarlo con plenitud debemos planificar con anticipación, racionalidad y flexibilidad.