Hoy 29 de enero es onomástico de Thomas Erdelyi, el neoyorquino de origen húngaro miembro fundador del grupo punk Ramones, famoso por su perfil contracorriente, por su crítica a toda esa grandilocuencia y afectación de los grupos “revolucionarios” de rock de su época. Estos eran chicos directos, rudos y antisociales, pero a la vez talentosos. Una de sus anécdotas es la famosa desavenencia política entre dos de sus integrantes: uno, Joey, de izquierda progre del ala judía neoyorquina, y el otro, Johnny Ramone, de una peculiar derecha de origen católico. Viendo su estética y actuaciones es hasta simpático imaginar que por cerca de 15 años sus relaciones personales fueron pésimas por razones filosóficas, mientras cosechaban las glorias de un singular estrellato rockero. Thomas Erdelyi se convirtió luego en productor de música y dejó a Joey y a Johnny enfrentar sus desacuerdos a su manera. Es notable, Thommy, Joey y Johnny murieron de cáncer, enfermedad que no hace distinciones políticas, y dato que nos recuerda que sí hay factores de la realidad que compartimos, a pesar de las diferencias de ideas.
Esto me viene a cuento al tratar de explicar el personalismo como postura que cuenta con todas las dimensiones, grandezas y fragilidades de los seres humanos, ante los inevitables intentos de encasillamiento por parte de progresistas, marxistas culturales, globalistas, de un lado, o de conservadores, nacionalistas, liberales y otras derechas, del otro lado.
Quienes están involucrados en las discusiones educativas, filosóficas y políticas de esta pandemística época no pueden evitar el acaloramiento al hablar de cultura, economía, religión y esa incierta categoría mental llamada futuro.
Este intercambio de ideas se da hoy fuera de los ámbitos estatales o partidarios, intelectuales de salón o incluso universitarios, donde la corrección política ya gobierna y entumece; es en las redes sociales donde hasta este mes de enero, en general, hemos podido compartir foros libres, pero desde la abrupta e indefinida censura de Trump y otros influencers de ese escenario comunicativo internacional y sus nuevas políticas, está en veremos si seguimos contando con ese espacio, ya muy marcado por su intervencionismo ideológico. Es contradictorio pero cierto que muchos de los que proponen tanta diversidad sean tan uniformes e intolerantes en sus prácticas.
Ante el incierto panorama social y la falta de referentes sólidos, ir al extremo de conformarse con la escasez y la muerte de las ideas por inanición educativa o por aburrimiento mental, sería renunciar a nuestra condición racional y espiritual, lo cual no nos conducirá a un futuro mejor. Tampoco es convincente volver a hacer de las ideologías fuertes la razón de ser de nuestra identidad nacional, lo cual llevó al siglo xx de bolcheviques y nazis a la locura.
Ni colectivismo burocrático de control global con ética impositiva, ni individualismo extremo, indiferente o cínico, pero sí, libres, con responsabilidad. Necesitamos retomar ese algo que ya está como un tesoro escondido en nuestra tradición cultural, la valoración de la dignidad de la persona como categoría ligada a la libertad. Por esto sí que vale la pena luchar. Estoy de acuerdo con el periodista Herrera Plaza cuando propone la búsqueda de una cierta unidad de la humanidad, pero “desde la libertad de cada pueblo, y con el máximo respeto a la identidad de cada cultura”. Es transformar pero con identidad.
No podemos vivir como inmaduros o autodestructivos toda la vida. En algún momento, la vida misma nos saldrá al paso, tal como lo manifestó Johnny Ramone al salir de las drogas y pedir trabajo a su padre como constructor, mientras conformaba con sus amigos y enemigos esa rareza de banda musical que cautivó a tantos jóvenes, creo yo, más que por su “contracultura”, por esa sinceridad y radicalidad en su crítica a una sociedad cobarde y acomodada incapaz de buscar, pelear, sufrir, amar y defender su verdad y su libertad.