Por Enrique V. Cáceres Rojas
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El lunes es el cumpleaños de Jesús. Es Navidad y un pesebre, con la Virgen María y San José, grafica la tradicional fiesta familiar de la cristiandad. Cuando nace un niño, alguien importante es la madre a quien se acostumbra felicitar enviándole ramos de rosas.
En Navidad se trata de la Madre de Dios, a quien se le ofrenda, más que un ramo, un árbol adornado en el centro de cada hogar como diciéndole a María: si cuando nació tu Hijo no tuviste sitio en la posada, ¡ven ahora a mi casa! Y es que Cristo nació pobre entre los pobres. Por eso la Navidad inspira ternura pero no transmite necesariamente tranquilidad. Es la ternura de amar de verdad a los pobres y a los que sufren. En estos días navideños los cristianos nos sentimos más dispuestos, como más generosos y bondadosos. Hasta pedimos que todos los días sea Navidad. Y pasados esos momentos ¿qué? Basta con mirar atrás para darnos cuenta que la fiesta fue pura fantasía al evaporarse rápidamente la bondad y caridad. Entonces, el desafío de un “buen cristiano” es entender y aplicar los verdaderos indicadores de la Navidad, leyendo la señal del Ángel que dice: “Encontraréis un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”. Se refiere a un niño y no a una situación de poder. Recostado en un pesebre, significa en una pobreza más severa que la de la mayoría de los pobres. Es difícil concretar detalladamente cómo avanzar desde nuestra sociedad occidental hacia las señas del Niño de Belén, pues se trata de una sociedad marcada por el exceso de consumo y el delirio del bienestar. Pero es evidente que precisamos desplazarnos, descentrarnos, salir de nosotros mismos y de nuestras cosas. Caminar hacia los demás, hacia lo más desgraciados. Este descentramiento no acaba –aunque pasa– por las buenas obras. Pide más. Sugiere otra manera de entender la vida. Cierto es que nos reunirá la gran fiesta de la Navidad y llegamos a ella con toda la historia vivida a lo largo de otro año transcurrido. Seguro que hubo momentos de ilusión y felicidad, hechos que han ayudado a avanzar, así como situaciones difíciles, malas noticias, experiencias de la fragilidad de nuestra vida, del paso del mal que hay en el mundo y en nosotros mismos. Entonces, reflexionemos mañana a la noche, a la luz del misterio de la Navidad, no olvidando a los más desposeídos reflejados en aquellas víctimas de la opresión de la propia sociedad que se predispone a celebrar la gran fiesta. Pensemos en los que se rebuscarán en los cestos de basura luego de que se tiren las sobras de alimentos. Miremos por un momento a los que pescarán por los juguetes ya jugados o las muñecas arrulladas. Y es que también existe la Navidad para la mayoría que no festeja en los clubes, palacetes o discotecas. Generalmente cuando surge esta visión profunda de la Navidad están los que se preguntan si no volvería hoy a nacer Jesús en un mundo de segunda. Pero encarnarse para el Hijo de Dios fue escoger a los excluidos para incluirlos en la abundancia de su amor salvador... Por eso, en estas fiestas no olvidemos que, mientras haya un niño con hambre o un pobre sin pan, podremos tener festejos pero no tendremos Navidad.