En todos los foros económicos en los que participé en el exterior en los últimos dos años noté que la comunidad regional mira con sana envidia al Paraguay. Es que los números de constante crecimiento económico, estabilidad monetaria, inflación controlada y un déficit siempre dentro de la regla fiscal son un fenómeno poco común en las economías latinoamericanas.
La respuesta a cómo logramos consolidar esta fortaleza macroeconómica la dieron la semana pasada los legisladores de la Cámara Alta, cuando manifestaron que, en el Paraguay, más allá de las enormes diferencias que hay entre los sectores partidarios, existe un “acuerdo tácito” de blindar a las instituciones técnicas económicas de los vaivenes políticos.
En el año 2003, cuando se inició este proceso de institucionalización económica, nuestro producto interno bruto era de apenas USD 18.888 millones; en este 2018, quince años después, nuestro PIB nominal cerrará en USD 43.776 millones.
En la última década y media, solo tuvimos a los años 2009 y 2012 con signos negativos en nuestra economía, y en ambos casos, fue por cuestiones de crisis externas y no por malos manejos de nuestras instituciones, y observe esto que es importante, en ningún caso la caída siquiera alcanzó al 1% del PIB. Durante trece años reportamos crecimientos de 3% y hasta 11%.
Mucho se habla de que lo macro no llega a la microeconomía, es decir, al bolsillo de la gente; sin embargo, el ingreso por cada habitante también creció y de un PIB per cápita de USD 1.378 y se proyecta cerrar este año en USD 5.919, con lo cual el crecimiento sería de 329%.
Ahora usted me dirá: sí, pero tenemos todavía cerca de 2 millones de habitantes en situación de pobreza, y esa es una gran verdad, pero recuerde desde donde partimos, de un año 2003 con un nivel de pobreza total alcanzando al 58% de la población y con una pobreza extrema al 12,58%; estos porcentajes bajaron en la pobreza total a 26,4% y en la extrema al 4,41%.
Lo más interesante de todo lo que le expongo es que en este periodo de tiempo pasaron gobiernos colorados, de izquierda y liberales; pero aún así, con sus aciertos y errores, todos coincidieron en no salirse de esa línea que privilegia el perfil técnico para manejar Hacienda y el Banco Central. No somos la Suiza de América, pero hemos recogido frutos y debemos sentirnos orgullosos como paraguayos.
Gracias a estos esfuerzos los ciudadanos de este país podemos mirar con cierto grado de tranquilidad las tormentas que ocurren al otro lado del río Paraná, ver a nuestros vecinos, Argentina y Brasil, dos potencias regionales, lidiando con la recesión, altos niveles de deuda, inflación descontrolada y una depreciación acelerada en sus monedas.
Es correcto que los que habitamos este país exijamos una mejor distribución de la riqueza, porque aún los niveles de desigualdad en Paraguay están por sobre el promedio de la región, pero también es oportuno hacer una pausa a las críticas y valorar lo que hemos logrado.
Sobre todo, estimados conciudadanos, recordar que esta fortaleza económica no vino por adoptar recetas foráneas de algún organismo, sino es producto de que en algún momento de la historia se dejó actuar al brillante talento humano de nuestros compatriotas.