Por Mario Casartelli
Desde Damasco, Siria
Hablar de pluralidad cultural islámica con respecto a diversas corrientes religiosas es un tema harto complejo. Y difícil. Sobre todo para quien observa desde afuera. Pero esbozo algunos puntos que considero moldeadores, en cierta medida, de la vida en Medio Oriente. Esto se observa claramente en Líbano y en Siria, aunque ambos se diferencien en que uno basamenta su sistema de gobierno en lo confesional y el otro asume ser Estado laico.
Mezquitas e iglesias perduran, unas al lado de otras, desde remotos tiempos, con sus puertas siempre abiertas para recibir a fieles. Los árabes tan solo se separan en el momento en que deben acudir a sus respectivas congregaciones. Una vez completada cada oración (los musulmanes las distribuyen cinco veces al día, desde el alba a la noche), regresan a la vida cotidiana compartida entre el trabajo, la familia, los amigos y una alta conciencia en torno a la situación política por la que atraviesan. Saben que, aparte de sus plegarias, deben estar alertas ante la voracidad imperio-occidentalista que les acecha. Estas conversaciones se manifiestan en las calles, donde la gente se apretuja para leer los titulares de los diarios del día.
Me ha tocado ingresar con pies descalzos -rito riguroso- a los enormes recintos alfombrados de los seguidores del Corán, y después sentarme a la mesa de quienes invocan la Palabra bíblica. También he llegado a Maalula, pequeña ciudad asentada a unos 50 km al norte de Damasco, en la región montañosa de Qalaum. Allí se encuentra el monasterio de San Sergio y el convento de Santa Tecla, donde el pueblo habla un dialecto arameo que sobrevive desde tiempos de Jesús. Santa Tecla es considerada la primera mártir cristiana, convertida del paganismo gracias a la predicación del apóstol San Pablo que, dicen, pasó por allí. En ese mismo lugar vi a una musulmana pidiendo la bendición a la Hermana Mayor del convento.
Por encima de sus diversas creencias religiosas -o gracias al respeto mutuo entre ellas-, los árabes se sienten profundamente unidos. Es que saben perfectamente que quienes invaden y ocupan parte de sus tierras apelan al término “seguridad” para justificar su verdadero interés: los recursos naturales.
Por otra parte, en zonas bombardeadas del Golán sirio me paré frente a un púlpito semidestruido, que alguna vez acogió al papa Juan Pablo II. Amigos del islam me llevaron a numerosos sitios donde fluye el cristianismo. Y es en ese dialogo secular, en medio de esa coexistencia religiosa -y tensión política- donde se cristaliza, sólida e irreductible, la identidad arábiga.