28 ago. 2025

LAS TORTILLAS REQUIEREN ROMPER HUEVOS

Antes del séptimo día

Sábado, 30 de Mayo de 2009

Predicción fallida, la mía. La gran pregunta luego de la victoria de Lugo era: ¿cuál será la principal amenaza que enfrentará su gobierno? Me parecía, entonces, que los problemas previsibles -inexperiencia burocrática, boicot colorado, destape de la corrupción anterior, apetencia por cargos dentro de la Alianza- no eran importantes frente al nudo gordiano que lo esperaba. Para mí, el núcleo de los futuros conflictos estaba en el campo. Es allí, suponía, donde los dos países que conviven en este territorio se encontrarían inexorablemente: los anhelos de una enorme mayoría de campesinos pobres y excluidos con los intereses de un exitoso, pero exclusivo modelo de producción agroexportadora.

Daba por sentado que del resultado de esa pugna en la que se concentraban las contradicciones de la estructura social y económica paraguaya emergería el perfil del nuevo Gobierno. Sería un cambio, suponía, con crucial significación ideológica y no exento de riesgos e incluso de violencia. Claro, esa era mi idea del cambio. La distribución más equitativa de los recursos de la nación para apuntalar a los sectores más desposeídos, afectaría inevitablemente a los grupos tradicionalmente dominantes. Lo demás que pudiera ofrecer Lugo -honestidad, transparencia, pluralismo e institucionalidad en la función pública- sería muy apreciado, pero apenas rozaría el fondo de la cuestión paraguaya.

Ya sabe usted de quiénes hablo. De aquellos que no pertenecen a ningún partido en particular, pero manejan los hilos de casi todos en general. De los que siempre se opondrán a que el Estado aumente la carga impositiva a los que más ganan, a que rija el Impuesto a la Renta Personal, a que se ponga límites a la deforestación del Chaco, al control de los excesos en el uso de plaguicidas, a la recuperación de los bienes mal habidos, a cualquier medida que huela a redistribución de tierras, a la formalización de los negocios subterráneos y a cualquier intento de cortar los vínculos entre el narcotráfico y la Justicia.

Para cambios tan profundos necesario es un Gobierno con decisión y posibilidades de emprenderlos. Suponía yo que ambos requisitos se cumplían con Lugo. Bien, no siempre acierto en los pronósticos. Porque, decisión no hubo. Este primer año de mandato no fue tan conflictivo ni violento, porque Lugo prefirió no arremeter contra enemigos tan poderosos. Prefirió la estabilidad antes que el choque. Lo hizo desde el nombramiento de los ministros hasta la orientación de sus actos de gobierno. Privilegió, lo vuelvo a suponer, la gradualidad antes que la radicalidad. Solo que por el camino de durar y no asustar, terminó dejando las cosas como estaban. Ya sé que exagero: las cosas no están exactamente igual que antes, pero siguen muy parecidas.

Lo malo es que a esta altura, con tanto resquebrajamiento del poder y de la Alianza, tampoco tiene ya muchas posibilidades de hacerlo. Sin molestar demasiado al verdadero poder fáctico, igual soporta pesadas críticas de la oposición. Probablemente, entonces, mi predicción persistirá incumplida y postergado el gran debate sobre los cambios de fondo que necesita el Paraguay. Eso no significa que se desprecie la renovación que se observa en las áreas donde hay evidencias de buen gobierno. Se trata solo de replantear las expectativas de un año atrás.

El sociólogo Tomás Palau recordaba en un análisis reciente que para hacer una buena tortilla era necesario romper algunos huevos. En la cocina de Lugo se cocina una tortilla pacíficamente desabrida. Que es, sin embargo, mejor -bueno es recordarlo- que la comida tóxica que nos ofrecían antes.