23 may. 2025

LA profecía DE Simeón

Cuando se cumplieron los días de la purificación de María, la Sagrada Familia subió de nuevo a Jerusalén para dar cumplimiento a dos prescripciones de la Ley de Moisés: La purificación de la madre, y la presentación y rescate del primogénito.

Jesús fue ofrecido a su Padre en las manos de María. Nunca se ofreció nada semejante en aquel templo, y nunca se volvería a ofrecer. La siguiente ofrenda la hará el mismo Jesús, fuera de la ciudad, sobre el Gólgota. Ahora, muchas veces cada día, Jesús es ofrecido en la Santa Misa a la Trinidad Beatísima en un sacrificio de valor infinito.

Cuando llegaron a las puertas del Templo, se presentó ante ellos un anciano, Simeón, hombre justo y temeroso de Dios, que esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Vino al Templo movido por el Espíritu Santo. Tomó al Niño en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has puesto ante la faz de todos los pueblos, como luz que ilumina a los gentiles y gloria de Israel, tu pueblo.

Simeón da por bien cumplida su vida: ha llegado a conocer al Mesías, al Salvador del mundo. Nosotros no podemos olvidar que con ese mismo Salvador, el que ha sido puesto ante la faz de todos los pueblos como luz, hemos tenido, no solo uno, sino muchos encuentros; quizá le hemos recibido miles de veces a lo largo de nuestra vida en la Sagrada Comunión.

Encuentros más íntimos y más profundos que el de Simeón. Y nos duelen ahora las comuniones que hayamos realizado con menos fijeza, y hacemos el propósito de que el próximo encuentro con Jesús en la Sagrada Eucaristía sea al menos como el de Simeón: lleno de fe, de esperanza y de amor.

(Frases extractadas del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal).