“Como una dama, simuló Jane Austen levantar las fachadas de las casas de muñecas de los terratenientes rurales ingleses, para mostrar sus agitaciones, sus bailes y sus desposorios, mientras la ligereza de la prosa de la escritora y lo afilado de sus diálogos, puestos al servicio de una magistral caracterización, ocultaban significaciones más profundas”. No podemos menos que estar de acuerdo con la profesora Lourdes Ventura. A dos siglos exactos de la desaparición de Austen, su literatura muestra cada vez más recovecos de la naturaleza humana, y es un ejemplo de escritura testimonial.
Como en otros casos, sus ya clásicas novelas no solo forman parte de los estudios literarios de las universidades, sino que también son analizados por historiadores y sociólogos. Aquella solitaria escritora pintó en sus seis novelas y otros escritos menores un cuadro ejemplar de la sociedad inglesa de las afueras de Londres. Es un grueso e ingenuo error leer hoy Orgullo y prejuicio, Mansfield Park o Persuasión como meras novelas románticas. La perspicacia escritural de Jane penetró sutil y profundamente en el pequeño universo social al que le tocó en vida pertenecer.
Que este logro haya sido alcanzado consciente o inconscientemente poco ya importa a esta altura. Jane es la metaheroína de sus creaciones. Por encima de Elinor, Elizabeth o Emma, escuchamos la voz de esta joven que había decidido inmortalizarse utilizando un talento que las mujeres lo tenían supuestamente vedado. En la historia quedará como una de las pioneras en decidirse por la literatura como profesión de vida, más aun teniendo en cuenta que el destino al que alguien de su condición debía aspirar le fue negado desde un inicio. Entonces, ¿por qué ya no torcer de una buena vez el destino?
“Escribía para todos, para nadie, para nuestra época, para la suya”, nos dice una admirada Virginia Woolf. Para ella, las obras de Austen ya habían logrado aquello que todos los escritores buscan: transcender el tiempo y el espacio; encontrar aquello universal en un desamor, en una conversación, en un baile de salón, en un paseo por el campo, en un chisme, en una carta...
Los grandes escritores tienen en común dicha característica. Se diferencian por su estilo y por su contexto epocal. Austen logra esta trascendencia. Ella decidió ser parte de la historia por derecho propio. Sabía de sus desventajas como mujer y se lo hace decir a Ana, protagonista de Persuasión: “Los hombres tienen toda la ventaja sobre nosotras por ser ellos quienes cuentan la historia. Su educación ha sido mucho más completa; la pluma ha estado en sus manos”. Solo con esta idea Austen demuestra su gran actualidad, además de su aventajada mirada.
Es cierto que tales palabras se encuentran muy de vez en cuando en sus obras. En realidad la descripción de su sociedad debe leerse entre líneas, en su magistral ironía como diría Lionel Trilling.
No es casualidad que el bicentenario de su muerte reviva en muchos puntos del mundo su figura y su genio. En Paraguay habrá alguno que otro que la recuerde, que la mencione. Alguien seguramente pasará sus manos por sus perennes libros. En este aniversario no he querido olvidarla. Al menos en este pequeño rincón la celebraremos.