Blas Brítez | Periodista
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Luego de saludarlo, de putear ambos contra el destino que en una asuncena tarde desértica de sábado nos ponía frente a frente en lugar de estar viendo el Mundial de Fútbol, le extendí para que me lo firmara mi ejemplar de El fantasista, su novela del 2006, bien popular y futbolera, como no podía ser de otra forma.
- ¿Y tú de qué cuadro eres? - me preguntó.
- De Olimpia. ¿Y usted? - le inquirí a mi vez, mientras él escribía mi nombre y el de mi club de fútbol preferido en la dedicatoria.
- De Colo Colo - me dijo, y percibí un brillo pérfido en sus ojos, atenuado tal vez por la sonrisa pampeana que se le dibujaba en el rostro curtido por décadas de trabajo en las minas. Ya sabía a qué se refería ese brillo orgulloso. A la única Copa Libertadores para su club, para su país, en el año 1991: 3 - 0 a Olimpia, en el Monumental de Santiago. Una artera estocada de la memoria. Pero el nuevo Premio Alfaguara de Novela vino en son de paz, por supuesto. Vino a hablar de El arte de la resurrección, donde otra vez el desierto es protagonista como en muchas de sus obras. Pero también lo es otro viejo amigo del desierto: Cristo. Y donde hay un Cristo, hay una Magdalena. Por lo que la novela tiene insospechados tintes bíblicos, pero en una justa clave tercermundista. Se confiesa un narrador más rural que urbano, reconoce el maestrazgo de los autores del boom, entre otras cosas. Y nos cuenta, por supuesto, de qué va su exitosa novela.
- Es la historia de este personaje, Domingo Zárate Vega, que allá por los años 30 aparece desde los cerros del valle de Elqui, con el pelo largo, la barba larga, una túnica como Cristo, con sandalias, con una cruz de palosanto amarrada en el dorso de la mano; bajó de los cerros, predicando, bautizando, ungiendo, haciendo milagros con la gente. Corría el año 31, la gente todavía era muy crédula. Hubo gente que comenzó a venerarlo, a prenderle velitas. Comenzaron a abandonar las iglesias, a meterse los curas con él. Fue una cosa apoteósica. Incluso las autoridades eclesiásticas se coaligaron con las del Gobierno para tomar preso a este Cristo y meterlo al manicomio. Lo metieron por seis meses y medio. Pero él salió de allí y volvió a predicar.
-¿El arte de la resurrección es el primer libro tuyo con una considerable influencia del imaginario religioso?
- El segundo. El primero es Himno del ángel parado en una pata, donde cuento un poco mi infancia y el mundo evangelista en que me crié cuando niño. ¿Tú sabes que mi padre era un predicador de la calle? Él era evangelista y cuando niño me llevaba a mí a que lo acompañara a predicar. Yo me crié entonces en ese mundo, o sea, yendo al culto, cantando himnos a los ángeles, leyendo la Biblia, acompañando a mi viejo a predicar, y ese mundo por dentro es lo que se cuenta en el Himno del ángel...
- Y el arte de la resurrección toma ya, en analogía, personajes fuertes de la biblia para ubicarlos en el contexto del desierto.
- Claro. Esta es la historia de un Cristo, un personaje que es real, que existió en mi país, que se creía la reencarnación de Cristo, y creo que para contar esta historia yo tenía el lenguaje que se necesitaba, el tono, por lo que te conté recién: el tono del predicador, del profeta, el lenguaje bíblico yo lo tenía en mis genes. Era mi novela.
- Prácticamente. Hay un solo libro en el que me salgo del desierto, Canción para caminar sobre las aguas, en donde escribí inspirado en las experiencias que tuve cuando a los 17 años me fui a andar a dedo a conocer el mundo, como mochilero en el movimiento hippie, año 68, cuando era joven, bello e inmortal, cuando me fui a hacer la revolución de las flores, el amor libre y fumar yerba como loco... Es en ese libro en el que me salgo enteramente de la pampa. Hay otro libro en que la mitad transcurre en la pampa y la otra mitad en la ciudad, en Antofagasta, donde vivo yo.
- En ese sentido, tu narrativa se diferencia de buena parte de la de tu generación, tanto en Chile como en América Latina, pues en ella predo- mina sobre todo lo urbano, y en el tuyo se podría decir que lo “rural”.
- Toda la narrativa actual es urbana, urbanísima diría yo. No se salen de los bares, de los pubs, de los departamentos, de los coches. Yo me quedé con mi desierto, que es mi hábitat. Yo digo que el desierto de Atacama es mi Macondo, es mi Comala, mi Santa María. Es lo que me sale de las tripas. Yo no hago más que disparar; yo no reparo en qué es lo que se está leyendo o se está vendiendo; escribo realmente lo mío, lo que me sale de adentro. Mientras me salga de adentro el desierto, es lo que voy a escribir.
- Y, sin embargo, con usted el desierto al parecer está vendiendo bastante bien, por lo menos en chile.
- ¡Y no solamente en Chile! Fíjate bien: la novela que publiqué el año pasado se llama La contadora de películas, llevaba siete meses publicada y ya me la habían publicado en otro idioma. Yo soy un convencido de que no es lo tú cuentes ni de dónde lo cuentes: el asunto es cómo lo cuentes, o sea, la forma, ahí está el arte. Por ejemplo, en España, en Italia, en Francia la gente me dice que mis libros los leen con gusto, no tanto por lo que lo cuente, sino por cómo lo cuente, por el estilo, por el mensaje, por ese tono.
- Quizá aquello del realismo mágico es ya una especie de cadáver literario, pero uno cuando lee su obra siente alguna genuina vuelta hacia la narrativa latinoamericana más real y maravillosa a un tiempo, como quería Carpentier.
- Exacto, la mía es una literatura que está inspirada en los maestros del boom, los maestros de los 60 y los 70: Juan Rulfo, García Márquez, Roa Bastos incluso (al que me lo leí muchas veces), Vargas Llosa, Cabrera Infante, Lezama Lima, Cortázar, Borges. Pero, en lo que se equivocan los comentaristas de libros en mi país, por una parte, es cuando dicen que yo hago realismo mágico. Si tú lees todos mis libros, no hay nada mágico allí, son escenas y personajes comunes y corrientes. Lo que yo busco es hacer que el lector vuelva mágico lo que tiene cerca por medio del lenguaje, por la palabra, por la poesía. Una escena completamente cotidiana, volverla mágica por la forma, por cómo la cuentes, por las palabras. Por la musicalidad de las palabras yo me saco la cresta trabajando. Una novela la puedo escribir en tres meses, la historia digamos, pero, en cambio, en esa base poética buscándole la forma adecuada puedo demorar varios años.
<h2>LITERATURA POPULAR</h2>
Le gustan los personajes populares. En El fantasista, era un jugador de fútbol casi mesiánico; en La contadora de películas, un homenaje al cine como manifestación de lo popular; ahora un Cristo de los desiertos de Atacama. Por toda su obra obreros y locos. ¿Por qué?
- Es que ese es mi mundo. Yo fui obrero durante 30 años en las minas. En ese desierto yo viví 45 años, viví en cuatro campamentos, vi la muerte de los cuatro. ¡La de personajes conocí! En el desierto hubo más de 300 campamentos, con más de 100 almas trabajando allí. La historia del desierto es muy rica en hechos inverosímiles. Lo que hago yo es rescatarlos y contarlos nomás.
- Eso es lo más impagable que le ocurre a uno. Mi literatura, de que la leen los lectores del mundo culto, digamos, también la leen personas que nunca antes habían comprado un libro, obreros que nunca antes, por ejemplo, habían entrado a un teatro a ver una obra. Me cuentan por ahí que nunca antes habían comprado un libro, pero que en su casa están todos los libros míos, y eso es impagable.
- A veces me encuentro con ellos, ahí en Antofagasta, y me abrazan, se emocionan. Porque ciertamente siempre estoy contando historias como las suyas, historias de gente que llegó al desierto y lo conquistó, lo amansó, lo humanizó: hombres, mujeres y niños que vivieron y fueron masacrados. La historia de este desierto es una historia de matanzas, de huelgas, de marchas, de hambre.
<h2>PERFIL</h2>
Nació en Talca, en 1950. Ha publicado obras narrativas como Donde mueren los valientes, Himno del ángel, parado en una pata, Fatamorgana de amor con banda de música, Los trenes van al purgatorio, Réquiem para un perseguidor, Este mundo es una gran humorada, Santa María de las Flores Negras, El fantasista, La contadora de películas, entre otras; así como los ensayos Entre el amor y la tragedia y El catecismo de los duros.
También cultivó originalmente la poesía, género en el que logró diversas distinciones en concursos y festivales, publicó Poemas y Pomadas, Cuentos Breves y Cuentos de Brevas. Su obra está traducida a una docena de idiomas.