Sábado|22|NOVIEMBRE|2008 -aalegre@uhora.com.py
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La “tregua” mediática y política de la que se beneficia en sus primeros cien días todo proceso político que se inicia es apenas testimonial. No tiene más valor que el de una gracia democrática que recibe una administración para hacerse cargo del poder.
Sirve no obstante este espacio para calibrar la forma en que las nuevas autoridades están asentándose en el Gobierno y para ver cuáles son los cursos de acción inmediatos que se están tomando para hacer andar el Estado al ritmo deseado por ellos.
En los primeros cien días del Gobierno de Fernando Lugo no faltaron los conflictos, aunque estos se dieron en un área inaudita. Que el campo haya sido el mayor protagonista de las tensiones sociales -con una víctima fatal, incluso- como mínimo sorprende, pues los sectores campesinos son en teoría uno de los pilares del acceso de Lugo al poder.
Otro campo de problemas fue la relación con el Brasil. Esto no llama la atención, ya que las reivindicaciones en torno a las regalías de Itaipú fueron una de las principales propuestas electorales aliancistas.
Lo que sí resulta un poco sorprendente es el cortocircuito existente entre Lugo y Lula, si se tiene en cuenta que ambos son de izquierda. Un ejemplo de ello es el jueguito perverso de teléfono cortado que se dio entre ambos mandatarios por la invasión de militares brasileños a territorio paraguayo.
Lo que es una rareza política es la actitud de los colorados. En estos cien días no mostraron sus viejas y afiladas uñas de guitarrero, conformándose con rumiar la derrota en silencio. (Aunque estos curtidos y a veces poco democráticos actores políticos pueden estar tramando algo).
En cuanto a su Gabinete, la gestión ministerial se polarizó entre el vedettismo inconducente (Camilo Soares) y la eficiencia práctica (Esperanza Martínez).
La esperanza que genera la figura de Lugo es la principal baza de este Gobierno. Sin embargo, este capital político corre peligro. Existe, en ese sentido, la sensación ciudadana de que a esta administración le falta un golpe de timón... para que la esperanza no sea lo único que tengamos.