19 abr. 2024

Jubilación, un debate equivocado

El trabajo del médico es el más estresante porque de su bien hacer depende la vida de seres humanos; pero la del maestro es más desgastante porque lidia cotidianamente con jaurías de niños que arrastran consigo las miserias de sus familias y el ninguneo del Estado; sin embargo, no hay comparación con el policía que pone en riesgo su propia vida enfrentando a delincuentes armados hasta los dientes empuñando un arma vieja cargada con balas que pagó de su propio sueldo.

De este tenor fueron la mayoría de las afirmaciones que podían leerse en redes sociales luego de que el Senado modificara ciertas exigencias para la jubilación de médicos, odontólogos y bioquímicos que trabajan para el Estado; una competencia absurda sobre qué profesión es más exigente o meritoria.

Son tantas las particularidades de cada actividad que debatir sobre ellas es una pérdida de tiempo. No es lo mismo un traumatólogo en Urgencias que un dermatólogo en una clínica estética; un maestro rural que un docente de capital o un periodista presentando noticias en un set de televisión que un cronista reportando sobre narcos en Curuguaty.

La discusión sobre la jubilación debe centrarse en el derecho de todo trabajador de aportar para un seguro social que le permita, en el invierno de su vida, acogerse al beneficio del retiro laboral con una pensión razonable. La cuestión principal es cómo hacer que ese modelo sea financieramente sostenible. Para debatir con argumentos, primero debemos entender que el sistema previsional no es mágico, no produce recursos de la nada, alguien tiene que poner la plata.

Imagine que es usted un trabajador que gana 100 dólares por mes (lo planteo en dólares para usar cifras menores y hacer más sencillo el ejercicio) y aporta para su jubilación el 20%, es decir, 20 dólares mensuales. Si debiera aportar cuarenta años para tener derecho a jubilarse con el 100 por ciento de su salario, es decir 100 dólares, terminará pagando 20 dólares por 480 meses, lo que supone una acumulación de 9.600 dólares.

La esperanza de vida en Paraguay es de 75 años, lo que significa que, si se jubila a los 60 años, por ejemplo, cobrará su jubilación probablemente por 15 años. Obviamente, esta es una cuestión especulativa basada en la estadística. Puede que sea más o que sea menos, pero si responde al promedio, cobrará su jubilación de 100 dólares por 180 meses, con un costo total de 18.000 dólares.

Este es el número crudo con que el deben lidiar los administradores del sistema. Usted aportará en 40 años 9.600 dólares y cobrará en 15 años 18.000 dólares. ¿De dónde saldrán los 8.400 dólares restantes?

El escenario es en realidad mucho más complejo porque, por ejemplo, usted no ganará lo mismo a lo largo de los 40 años. Puede empezar ganando 100 dólares y alcanzar los 1.000 dólares en los últimos tres años de aporte, y su jubilación se establecerá sobre ese último promedio. Tampoco consideramos la inflación. Los aportes se hacen en realidad en guaraníes y si usted empezó aportando 100.000 guaraníes en 1980, ese dinero no tendrá el mismo valor cuando complete su aporte en el 2020.

Otro punto clave es cómo se invierte lo que usted aporta para que genere ganancias que cubran parte de la diferencia.

Estos guarismos son tan delicados que cualquier mal cambio puede provocar a la larga catástrofes financieras. Esto pasó, por ejemplo, con tres sectores a los que se les concedió un tratamiento diferenciado para acceder al beneficio de la jubilación: los militares, policías y docentes.

La consecuencia es que la jubilación de policías y militares genera actualmente un déficit de 138 millones de dólares por año que se paga con nuestros impuestos, y los maestros arrastran una pérdida mensual de 33.000 millones de guaraníes que se cubre con el aporte de los otros trabajadores del Estado. Lo irónico es que esta creciente sangría la financiamos entre todos, pese a que el 80% de la gente que subsidia esas jubilaciones con sus impuestos carece de un seguro social, lo que significa que jamás tendrá el derecho a jubilarse. Repito, la cuestión no es quién tiene el trabajo más difícil, sino cómo construimos un sistema previsional sostenible y justo para todos.

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