05 ago. 2025

Jericó, una ciudad histórica y con gran resonancia bíblica

Llegar a Jericó, la ciudad que antiguamente se llamaba “Ciudad de la Luna”, es muy particular. He aquí un relato muy particular de esa experiencia de una de las localidades más antiguas del mundo.

Cuarenta minutos para llegar en bus desde Ramallah a Jericó. Repito, cuarenta. ¿Qué importancia tiene esta cifra? No lo sabía -o no le concedí importancia- hasta llegar aquí. Sólo sé, según me cuentan, que es la ciudad más antigua del mundo, que las excavaciones en Tell al-Sultan descubrieron 23 capas de civilizaciones antiguas, que datan del año 9000 a.C., y que Jericó -o Yericó, tal pronuncian los árabes-, para nosotros tiene resonancias bíblicas.

Rumbo a ella, en ambos costados de la ruta comienza el paisaje desértico, con esporádicos olivos y ralos arbustos. A medida que avanza el transporte, surgen pequeños asentamientos, con casuchas donde corretean dos o tres niños, entre cabras y algún que otro camello. Al parecer, son hijos de quienes trabajan en explotación de piedras o en la construcción de la carretera.

Intento no hacer mención del muro de alambres de púa o de hormigón armado, pero es inevitable verlo. Comienzan las señalizaciones en hebreo, por un lado, en árabe en otro. Y ya sabemos, hasta cierto punto, quiénes ocupan tales o cuales zonas.

Proseguimos. Miro el reloj que también avanza con sus manecillas, y el repetitivo paisaje queda atrás. A los 40 minutos, precisamente, en un cartel se lee en grande “Jericó", y, más abajo, “The moon city”. Desciendo en el centro de la ciudad, ante una plazuela desde donde se puede contemplar el tranquilo movimiento provinciano de la ciudad.

Llamo por teléfono a Imad, un periodista palestino de la AFP que debe recogerme. Pero un número del teléfono está errado. Se acerca un taxista que habla inglés e italiano, y se ofrece gentilmente a ayudarme. Cuando le digo que llego de Paraguay, cita a Chilavert y a Roque Santa Cruz. Y reímos con gusto. Logra dar con Imad, que viene y me lleva en su auto a recorrer explicándome cosas de Jericó, como, por ejemplo, que antiguamente se llamaba “Ciudad de la Luna”.

Me cuenta que su economía se basa en plantaciones de banana, limón, naranja y palmito. Y turismo. Que el clima es sumamente caluroso en verano, con 55 grados a la sombra, y grato en invierno, como ahora, con aproximadamente 24 grados.

Le digo que un pasaje de la Biblia me recuerda a Gaza, porque habla de cuando “Jericó estaba cerrada y atrancada por causa de los hijos de Israel, y nadie entraba ni salía”. Y me responde que Jericó sigue siendo tierra palestina. Después me cuenta tiene 25.000 habitantes, sin sumar los alrededores que llegan a 55.000.

Y hablando de cifras, ahora comento el porqué del número 40. Frente a mí se levanta, imponente, nada más y nada menos que el sitio exacto donde Jesús ayunó, cuarenta días y cuarenta noches, en la montaña. Razón por la cual la llaman “Montaña de la Tentación”. Y es imposible no sentir una sacudida de emoción.