29 mar. 2024

Hannah Arendt, recuperando la dignidad humana

La obra de la filósofa y teórica política alemana se lee hoy con nueva urgencia. Plantea que, aun en los momentos más oscuros, tenemos derecho a esperar algo de iluminación.

El proyecto de Arendt fue confrontar y comprender la oscuridad de nuestro tiempo, sin perder de vista la posibilidad de la trascendencia y la iluminación.

El proyecto de Arendt fue confrontar y comprender la oscuridad de nuestro tiempo, sin perder de vista la posibilidad de la trascendencia y la iluminación.

María Gloria Báez
Escritora


En el prefacio de su colección de ensayos de 1968 Hombres en tiempos de oscuridad (1968), Hannah Arendt escribió: “Incluso en los momentos más oscuros, tenemos derecho a esperar algo de iluminación”. Hoy, la obra de Arendt se lee con una nueva urgencia, precisamente porque proporciona esa iluminación.

Fue notablemente perspicaz acerca de algunos de los problemas más profundos, las perplejidades y las tendencias peligrosas de la vida política moderna, muchos de los cuales nos acompañan en la actualidad.

Cuando habla de “tiempos oscuros” y advierte de las “exhortaciones, morales y de otro tipo, de que bajo el pretexto de defender viejas verdades degradan toda verdad en una trivialidad sin sentido”, podemos escuchar no solo una crítica de los horrores del totalitarismo del siglo XX, sino también una advertencia sobre las fuerzas que dominan la política en muchos lugares hoy.

En defensa de los apátridas

Arendt fue una de las primeras pensadoras políticas importantes en advertir que el número cada vez mayor de apátridas y refugiados seguiría siendo un problema insoluble. Uno de los primeros artículos de Arendt, el ensayo de 1943 Nosotros, los refugiados, basado en sus experiencias personales de apátrida, plantea preguntas fundamentales.

En él, concluye con una afirmación más general sobre las consecuencias políticas del nuevo fenómeno de la “creación” de masas de personas obligadas a abandonar sus hogares y su país: “Los refugiados llevados de un país a otro representan la nueva vanguardia de sus pueblos...”. Cuando Arendt escribió esto, apenas se habría dado cuenta de lo relevantes que serían sus observaciones. En la actualidad, hay millones de personas en campos de refugiados con pocas esperanzas de poder regresar a sus hogares o encontrar uno nuevo.

En su obra de 1951, Los orígenes del totalitarismo, Arendt escribió sobre los refugiados: “La calamidad de los sin derecho no es que estén privados de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, o de la igualdad ante la ley y la libertad de opinión, pero que ya no pertenecían a ninguna comunidad”. La pérdida de comunidad tiene la consecuencia de expulsar a un pueblo de la propia humanidad. Los llamamientos a los derechos humanos abstractos no tienen sentido a menos que existan instituciones eficaces para garantizar estos derechos. El derecho más fundamental es el “derecho a tener derechos”.

LOS HORRORES DEL TOTALITARISMO

Al detenerse en los horrores del totalitarismo y comprender que el objetivo de la dominación total es destruir la espontaneidad, la individualidad y la pluralidad humanas, Arendt sondeó lo que significa vivir plenamente una vida humana en una comunidad política y comenzar algo nuevo, lo que ella llamó natalidad. También buscó sondear las amenazas a la dignidad de la política, el tipo de política en la que los individuos se enfrentan como iguales políticos, deliberan y actúan juntos, una política en la que el empoderamiento puede crecer y la libertad pública prosperar sin violencia.

Su ensayo Verdad y política, publicado en 1967, podría haber sido escrito apenas ayer. Su análisis de la mentira sistemática y el peligro que presenta para las verdades fácticas es urgentemente relevante. Debido a que las verdades fácticas son contingentes y, en consecuencia, podrían haber sido de otra manera, es muy fácil destruir la verdad fáctica y sustituirla por “hechos alternativos”. Escribió: “La libertad de opinión es una farsa a menos que se garantice la información fáctica y los hechos en sí mismos no estén en disputa”. Desafortunadamente, una de las técnicas más exitosas para difuminar la distinción entre verdad fáctica y falsedad es afirmar que cualquier supuesta verdad fáctica es solo otra opinión. Lo que sucedió tan descaradamente en los regímenes totalitarios está siendo practicado hoy por líderes políticos con gran éxito, creando un mundo ficticio de “hechos alternativos”.

Según Arendt, existe un peligro aún mayor: “El resultado de una sustitución consistente y total de la verdad fáctica por la mentira no es que las mentiras ahora sean aceptadas como verdad y la verdad difamada como mentira, sino que el sentido por el cual nos orientamos en el mundo real, y la categoría de verdad frente a falsedad se encuentra entre los medios mentales para este fin, está siendo destruida”.

Las posibilidades de mentir se vuelven ilimitadas y con frecuencia encuentran poca resistencia. Muchos liberales se encuentran perplejos de que cuando su verificación de datos muestra clara y definitivamente que una mentira es una mentira, la gente parece despreocupada e indiferente.

Sin embargo, Arendt entendió cómo funciona realmente la propaganda. “Lo que convence a las masas no son los hechos, ni siquiera los hechos inventados, sino solo la consistencia del sistema del que presuntamente forman parte”.

LA DIGNIDAD DE LA POLÍTICA

Para contrarrestar sus advertencias sobre los peligros políticos, elaboró una concepción detallada de la dignidad de la política. Debido a nuestra natalidad, nuestra capacidad de actuar, siempre podemos comenzar algo nuevo. El tema más profundo de Arendt es la necesidad de asumir la responsabilidad de nuestra vida política. Advirtió de dejarse seducir por el nihilismo, el cinismo o la indiferencia. Fue audaz en su descripción de la mentira, el engaño, el autoengaño, la creación de imágenes y el intento de aquellos en el poder de destruir la distinción misma entre verdad y falsedad.

Su defensa de la dignidad de la política proporciona un estándar crítico para juzgar la situación en la que muchos de nosotros nos encontramos hoy, donde la oportunidad de participar, actuar de manera concertada y entablar un debate genuino con nuestros pares está disminuyendo. Debemos resistir la tentación de salir de la política y asumir que no se puede hacer nada frente a toda la fealdad, el engaño y la corrupción actuales.

El proyecto de toda la vida de Arendt fue confrontar y comprender honestamente la oscuridad de nuestro tiempo, sin perder de vista la posibilidad de la trascendencia y la iluminación.

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