29 mar. 2024

Fantasmas en la ciudad

Andrés Colmán Gutiérrez – @andrescolman

Están allí pero no los vemos o fingimos que no existen, como si no tuvieran rostros o se hubieran vueltos incorpóreos, igual que el personaje de la novela Garabombo el invisible, del escritor peruano Manuel Scorza. Otro escritor, el uruguayo Eduardo Galeano, los denomina Los Nadies, “los hijos de nadie, los dueños de nada... que valen menos que la bala que los mata”. En alguna rebelde canción, Manu Chao les da otro nombre: Fantasmas en la ciudad.

Lorenzo era uno de esos muchos Nadies. Indígena del pueblo Mbya Guaraní, recorría las calles de Asunción pidiendo limosnas, recogiendo cosas de la basura para sobrevivir. Cuando podía inhalaba cola de zapatero para engañar al hambre. Dormía en donde encontraba lugar. Fue así como esa madrugada del lunes 16 de diciembre de 2019 se acostó en el banco de una parada de bus sobre la calle Jejuí casi Montevideo, sin sospechar que el odio y la muerte andaban al acecho.

Las grabaciones de una cámara de vigilancia muestran al lujoso auto sin chapas pasar por el lugar a las 2.10 de la madrugada, detenerse, volver a circular para regresar una segunda y tercera vez. Entonces se ven los fogonazos desde el interior, certeros disparos que acabaron con la vida del indígena, cuya identidad no pudo ser determinada durante varios días, porque no tenía cédula y sus huellas digitales no figuraban en el sistema. Era un perfecto Nadie.

Si no fuera por la indignada presión de un reducido sector de la sociedad, no hubiera existido el esfuerzo policial para averiguar que el indígena asesinado se llamaba Lorenzo Silva Arce y había llegado desde una comunidad de Tacuatí, San Pedro. A más de dos meses, ni la Policía ni la Fiscalía han podido determinar quien fue el asesino ni cual fue el móvil, aunque se maneja la hipótesis principal de que fue un crimen de odio. “Combata la pobreza: Mate a un indigente”, como pregonaba algún grafiti en la pared.

Todo hubiera quedado en el olvido y el opa rei, como acaban casi siempre los asesinatos de los Nadies, si no fuera por un grupo de personas, principalmente profesionales católicos, comunicadores, artistas e indigenistas, que decidieron juntarse cada jueves en el lugar en que lo mataron para recordarlo con canciones y oraciones, junto a reclamos de justicia. Como él no tenía familia conocida, crearon una comunidad en Facebook que se llama “Colectivo Somos la Familia de Lorenzo”.

La trágica historia de Lorenzo ha vuelto a repetirse muchas veces, de otras maneras. El caso más terrible es el de una niña indígena de 12 años, cuyos restos fueron hallados este martes 25 de febrero, dentro de una mochila, en posición fetal, con las manos atadas, en un baldío cerca de la Terminal de Ómnibus de Asunción. Ella fue presumiblemente víctima de abuso sexual y maltrato hasta morir. Fue identificada como Francisca Araujo, de pueblo Mbya Guaraní, una de las tantas y tantos Nadies que recorren las calles pidiendo monedas en los semáforos, expuestos a todo tipo de atropellos. Una más de los muchos fantasmas en la ciudad.

Podríamos cerrar esta columna con un justificado tono de trágico lamento y de indignada denuncia ante estas y otras numerosas situaciones que nos muestran a una sociedad podrida y deshumanizada, con personas que abusan y asesinan sin piedad y con impunidad a los más débiles, ante un sistema de Justicia que no está ni ahí, pero prefiero rescatar la otra cara: La de ese grupo de personas que se juntan los jueves a rezar y cantar en el mismo lugar donde mataron a Lorenzo, o la de quienes salieron a marchar pidiendo Justicia para la niña Francisca, las que alzan su voz y no dejan de actuar ante cada uno de estos crímenes horrendos.

Son estos ciudadanos y ciudadanas las que nos permiten seguir creyendo que otro Paraguay es posible. Los que le ponen nombres a los Nadies, los que hacen visibles a los invisibles, los que les dan rostros concretos y humanos a los fantasmas de la ciudad. Son quienes nos sostienen en la mejor esperanza.

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