06 feb. 2025

Exigir a los políticos que den prioridad a la educación

Está concluyendo otro año en el que la actitud de los políticos ante la educación pública sigue siendo la de una insensibilidad alarmante. Lejos de considerarla como una llave para combatir con eficacia la pobreza y promover de modo sustentable el desarrollo, la han dejado –una vez más– de lado. El resultado es la continuación de la mediocridad en todos los niveles. La enseñanza formal –salvo excepciones– permanece en ese estado porque es funcional a los intereses de los que ejercen el poder solo para un beneficio personal o grupal, no para servir a la ciudadanía adoptando decisiones que ayuden a salir del pozo a los sectores económica y socialmente menos favorecidos.

En teoría, los políticos paraguayos reconocen que la clave esencial del verdadero cambio es la educación. Parten de ejemplos clásicos de países como Singapur, Corea del Sur y Malasia, que han invertido fuertemente en la formación de niños y jóvenes para producir transformaciones sustanciales en sus sociedades.
A pesar del conocimiento de que la educación es una vía expeditiva para modificar la historia del Paraguay, los políticos han preferido asumir la postura del desinterés para que la ignorancia y la pobreza sigan siendo los aliados de su presencia en el poder. Lo hacen porque saben también que si la mayoría accede a una educación de calidad sus días en el poder están contados.
En estos días en que coinciden el fin del año escolar y el próximo cierre de las campañas proselitistas para seleccionar a los candidatos del 2018, es oportuno mirar lo que es la educación paraguaya en sus niveles primario, secundario y terciario.
Si bien la Constitución de 1992 estableció que el 20 por ciento del Presupuesto General de la Nación fuera destinado al sector educativo gestionado por el Estado, los hechos han demostrado que los montos que le fueron asignados son alarmantemente insuficientes.
Los esfuerzos realizados desde la sociedad civil para dotarle de más recursos –concretados a través de una parte de ingresos de Itaipú provenientes del Brasil, vía ley de creación del Fondo Nacional de Inversión Pública y Desarrollo (Fonacide), por ejemplo– tampoco han alcanzado a cubrir los elevados niveles de necesidad.
Por otro lado, no se ha visto que desde el Ministerio de Educación y Ciencias (MEC) haya habido una gestión de calidad tendiente a lograr avances significativos en la formación de los maestros y el aprovechamiento académico de los alumnos de la primaria y la secundaria.
A nivel terciario tampoco hubo transformaciones drásticas. La rebelión de los estudiantes de la Universidad Nacional de Asunción (UNA) no fue cabecera de playa para una revolución en el ámbito universitario.
El comportamiento de los políticos ante la educación pública ha sido de indiferencia. En estos días próximos a las internas partidarias aparecen preguntas sobre educación para los precandidatos. Las respuestas desnudan la ausencia de propuestas para constituirla en punta de lanza y vanguardia de un nuevo tiempo en el país.
La ciudadanía interesada en un futuro mejor tendrá que presionar a los candidatos para obligarles a trazar metas concretas y ambiciosas en el campo de la educación, comprometiéndolos a cumplir sus promesas si llegan a ser Gobierno. Solo así habrá alguna esperanza de que la educación se convierta en instrumento eficaz de cambio.

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