“La gente no puede creerlo, pero yo también tengo pesadillas. No me he olvidado de las 32 víctimas del Concordia, pero tampoco de haber sido tratado como un chivo expiatorio”, dice Schettino, a través de sus abogados, al diario La Stampa, que revela este lunes aspectos poco conocidos de la vida carcelaria del ex capitán.
Schettino, de 61 años, fue condenado por los delitos de naufragio y homicidio culposo, lesiones, abandono de la nave y por no haber informado inmediatamente a las autoridades portuarias de la colisión contra el escollo que provocó el accidente la noche el 13 de enero de 2012, junto a la isla toscana de Giglio (centro).
El próximo 17 de mayo se cumplirán cinco años de su condena, un tercio de la pena, por lo que Schettino podrá solicitar medidas para aligerar el cumplimiento de la pena en prisión mientras espera la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre la revisión de su juicio.
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Su abogado Donato Laino explica a La Stampa que el ex capitán “ha hecho y sigue haciendo un camino sicológico difícil. En el fondo también es un náufrago, piensa y piensa en aquella maldita noche y en aquellos 32 muertos. Él es el único que paga con la cárcel, pero la verdad es que en el origen del naufragio hubo un error organizativo. Se ha querido buscar un culpable, no la verdad”.
En la cárcel, Schettino frecuenta dos cursos universitarios: uno de Derecho y otro de Periodismo y se comporta como un preso modelo, como muestran los elogios del capellán de la prisión, don Lucio Boldrín, asegura el diario.
“Es muy amable y respetuoso con los demás detenidos (...). Está muy ocupado en los dos cursos universitarios y creo que su actitud es edificante. Me ha dicho que no quiere desperdiciar su tiempo en la cárcel y que por lo tanto lo utiliza con fines reeducativos”, dice el capellán.
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El ex capitán, que “es muy querido por los demás detenidos”, según Boldrin, también dedica su tiempo al deporte, a las lecturas en inglés y a la colaboración con el periódico impreso de la cárcel.
El naufragio del Costa Concordia se produjo a su paso Giglio, cuando el barco se aproximó para saludar a la costa, siguiendo la tradición marinera, pero chocó contra los escollos y en los angustiosos momentos en los que los pasajeros y la tripulación salían de la nave, Schettino ya se encontraba a salvo en tierra, a donde había llegado a bordo de un bote tras la colisión.
Un total de 32 personas murieron tras el incidente y algunas de las víctimas no fueron localizadas hasta que el crucero no fue remolcado en octubre del 2014 al puerto de Génova (noroeste), como el camarero indio Russel Rebello, reconocido con pruebas genéticas.
Él siempre ha sostenido que logró reducir los daños con una maniobra que acercó la embarcación, de enormes dimensiones, a pocos metros de la costa.