09 nov. 2025

Esperanza de hallar sepultados con vida alienta rescates pero también rumores

“Si pueden escucharme, hagan algún sonido”, grita un rescatista desde una gigante placa de hormigón que, antes del terremoto que azotó el centro de México, fue parte de una fábrica de la capital, que este jueves se declaró zona de desastre.

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Esperanza de hallar sepultados con vida alienta rescates pero también rumores. Foto: elconfidencial.

EFE


Cuando no hay indicios de vida, los centenares de efectivos que trabajan sin parar en esta mole de cemento y varilla continúan con la búsqueda y las tareas de remoción de escombros, en medio de una enorme polvareda que, pese a las mascarillas repartidas por voluntarios, apenas deja respirar.

El terremoto de 7,1 en la escala de Richter que sacudió México el martes ha causado al menos 273 muertos en cinco estados y la capital -la más castigada con más de un centenar- y al menos 100 desaparecidos.

Puños en alto y se hace el silencio. Alguien da señales de vida 48 horas después del potente terremoto y la búsqueda prosigue en un brutal contra reloj: la vida o la muerte.

En este inmueble “hay indicios de que hay gente con vida”, asegura Vicente Leiva, director del Escuadrón Nacional de Rescate, una asociación de expertos que durante 12 horas, en plena noche, han llevado la batuta de la operación de búsqueda.

Ha perdido la noción del tiempo, como la mayoría de los involucrados en el rescate, pero poco le importa. Anoche su grupo sacó a dos personas con vida.

“Se siente muy bien. Es lo mejor que nos puede pasar, que cuando se da la señal se llegue a esta y sea positiva”, dice el voluntario.

En este edificio en ruinas, uno de los 38 inmuebles colapsados solo en la capital, Protección Civil, el Ejército y la Marina llevan la logística.

Pero las labores de rescate son tarea, al menos en este sitio, de voluntarios especializados que se valen de distintos instrumentos para detectar personas entre los escombros.

Ya sea mediante contacto auditivo o visual, con micrófonos de alta sensibilidad, sensores térmicos o perros adiestrados como Logan, que se pasea entre los escombros un tanto inquieto, pero en 20 minutos no logra identificar nada.

El bombero y paramédico Gerardo Sosa, un voluntario del occidental estado de Michoacán especializado en rescate en espacios confinados, cuenta a Efe que su perro puede identificar si hay gente enterrada, pero no si está viva o muerta.

Tras unos 20 minutos, Logan se toma un descanso, sediento, en un lateral de esta pedazo de la capital que hoy parece un escenario de guerra. Otros seis perros, que trabajan por turnos, seguirán con las acciones.

Sobre el terreno, abunda el desconocimiento entre tanta labor ardua. Por ejemplo, no hay una cifra exacta del número de rescatados, hay versiones de 6, otros lo suben a 20.

También es difícil verificar si en estas calles de la popular colonia Obrera había, además de la fábrica textil, de origen chino, un estacionamiento y una escuela que quedó parcialmente derruida.

Una carretilla llena de prendas de roba todavía con la etiqueta y un coche aplastado entre las ruinas dan algunas pistas.

Jonathan Alcalá es de Protección Civil y lleva dos días sin apenas dormir, organizando los miles de voluntarios que, con un simple casco de protección, ayudan a quitar las ruinas a martillazos, cubetas, picos y palas.

La fuerza bruta que suman entre todos ellos, que se acumulan por centenares en calles aledañas esperando tomar el relieve, son la clave del éxito.

“Es muy fuerte todo esto que está pasando, pero no nos podemos caer, la gente que está allá dentro hace una labor grandísima”, dice Alcalá, con la voz rota.

Exhausto y tras dos días durmiendo como puede sobre el terreno, Raúl Ignacio ayuda a Alcalá a dirigir la entrada y salida de vehículos de la zona.

Cojea, muy visiblemente, y va sucio de pies a cabeza. No le importa, y eso que no sabe a ciencia cierta cómo van las labores en la zona del derrumbe.

“Escucho que luego aplauden,0 y luego hay silencio. Y quiero pensar que cuando aplauden es porque hay una persona con vida”, dice, con humildad, el joven de 19 años.

El desconocimiento tiene un peligro. Alimenta rumores y desvía el verdadero interés de hallar gente con vida.

El mayor ejemplo es del Colegio Enrique Rébsamen. En el sur de la capital, la escuela se convirtió en un símbolo de la tragedia con 19 niños y seis adultos muertos.

También de la esperanza, con 11 rescatados con vida, y de las falsas alarmas, avivadas por los medios. Las autoridades desmintieron este jueves la existencia de Frida, una niña de 12 años cuyo rescate entre los escombros acaparó la atención en las últimas horas.

De ella se llegó a decir que había movido la mano y se le había dado agua. Y la nación, en medio del drama y de la ilusión de encontrar a gente todavía viva, no sale de la perplejidad.

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