Jueves|13|NOVIEMBRE|2008
El Gobierno de Fernando Lugo está demostrando un importante talento en la construcción de puentes. Lamentablemente, no son puentes de hormigón, ni de madera, ni de metal, de los que sirven para unir a las personas, para llegar más rápido a nuestros hogares, para acelerar la salida de los productos a los centros de venta. Los puentes que se están construyendo desde Mburuvicha Róga son de papel, porque están hechos por decretos, documentos que establecen estructuras imaginarias que sirven para cruzar por encima de las instituciones legalmente constituidas. Sirven para implementar poco a poco una especie de Estado paralelo al establecido. Es la idea y está siendo un hecho. La conformación del Consejo de la Reforma Agraria lo confirma plenamente. Una institución hasta ahora sin trascendencia se transforma en ministerio de ministerios; decide por sobre otras instituciones, con presupuestos y personal infinitamente mayor. Por una simple razón: el ejecutor de la reforma agraria que quiere el presidente es el titular del Indert, que es Tekojoja, y no el del MAG que, por más compadre que sea, sigue siendo PLRA. Entonces, el puente es la solución: hay que establecer mecanismos paralelos para la toma de decisiones trascendentes. Consultados algunos importantes miembros del gabinete, dieron como explicación teórica para esta situación el estado de putrefacción (es la palabra que utilizó uno de ellos) en que se encuentran las instituciones públicas. Es, simplemente, imposible hacer algo constructivo en ellas y con ellas. Por lo tanto, se debe “puentear” la estructura corrupta, ineficiente y obsoleta, es decir, se debe trabajar por encima de la herencia colorada. Hasta aquí, esto parece, incluso, lógico.
Pero los puentes también pueden ser peligrosos.
Hacer a un lado las instituciones legalmente constituidas y gobernar a través de decretos es una historia que este país ya conoció anteriormente. Y fue funesta. Fue parte de la dictadura de derecha que dejo al país en las condiciones lamentables en que está. La Constituyente del 92 trató de precautelar la democracia y específicamente la democracia representativa, precisamente por esa dolorosa historia de autoritarismo que nos marcó para siempre. Y la esencia de la representación política es el Parlamento. Y el Parlamento está siendo peligrosamente obviado en la toma de decisiones verdaderamente importantes por el Poder Ejecutivo. Podemos coincidir en la antipatía hacia los legisladores, en cuanto a la clase de personas que son; podemos estar en profundo desacuerdo con el manejo que hacen de un sinnúmero de temas y conductas, pero no podemos perder de vista la importancia de la institución legislativa, como representante genuino y canalizador de las inquietudes del pueblo al que está representando. No olvidemos ni por un momento que el Parlamento es el fiel reflejo del país que tenemos, de la sociedad que somos. En todo caso, cambiemos como sociedad, como ciudadanos, para ser representados también por gente buena, digna, al servicio del pueblo. O corremos el riesgo de cruzar puentes que nos conduzcan nuevamente a destinos autoritarios, aunque esta vez, de signo ideológicamente contrario al que ya conocimos.