25 abr. 2024

El mito de las ventanas abiertas

Junto a la clásica frase “era feliz y no lo sabía”, que acuñaron los nostálgicos de la dictadura stronista para reivindicar esa era de totalitarismo, hay otra frase que muchos repiten con cierta convicción: “En la época del general Stroessner podíamos dormir con las ventanas abiertas”.

Buscan dar a entender que en esa época no existía la inseguridad ciudadana que existe ahora, que no había ladrones que entren por la noche a tu casa a llevarse tus pertenencias, ni motochorros asesinos que te arrebaten en las calles tu teléfono celular, tu cartera o tu propia vida. Buscan dar a entender que la dictadura era más segura que la democracia.

Se trata del mito de las ventanas abiertas. Hasta cierto punto, tiene algo de verdad: el régimen del general Alfredo Stroessner (desde 1964 a 1989) significó la más prolongada, oscura y oprobiosa tiranía que conoció el Paraguay. Se impuso como un sistema de terror, por lo tanto, los ladrones y criminales comunes, que no contaban con algún padrino en las esferas del poder, le tenían miedo, porque sabían que no había garantías constitucionales que los pudieran proteger.

Es cierto: muchos podían dormir con las ventanas abiertas. Los que apoyaban a la dictadura, los que callaban y agachaban la cabeza ante las arbitrariedades no eran molestados, salvo que cayeran en desgracia ante algún jerarca. Esa presunta “seguridad y tranquilidad” tenía un precio: cerrar los ojos y hacerse cómplices con el silencio o la indiferencia ante las torturas, las persecuciones políticas, los exilios, las desapariciones, el terrorismo de Estado.

En cambio, los hombres y las mujeres que se atrevían a reclamar libertad y dignidad, por más que cerrasen sus puertas y ventanas con varios candados y llaves, nunca estaban a salvo, como los campesinos de las Ligas Agrarias de Misiones o los pobladores de la colonia San Isidro de Jejuí, arrasada a sangre y fuego por pelotones militares, por el único delito de intentar sostener proyectos de convivencia asociativa.

No hubo ventanas abiertas para el capitán Napoleón Ortigoza, encerrado vivo durante 25 años, durante mucho tiempo en una celda de apenas dos metros por uno, acusado de un crimen que nunca cometió. No hubo ventanas abiertas para los diez campesinos del caso Caaguazú, cuyos cuerpos hasta hoy continúan sin ser encontrados.

Este 2 y 3 de febrero nos tocará conmemorar 30 años del golpe militar que puso fin a la larga noche de la dictadura y que inauguró la posibilidad de construir la más larga época de democracia en la historia republicana del Paraguay. El balance será, seguramente, de luces y sombras. Quedan demasiadas asignaturas pendientes en cuestiones de justicia social, igualdad y vida digna para una gran mayoría de la población, pero no cambiaría un solo minuto de esta era de libertad por aquel tiempo de terror, por más de que hoy tengamos que dormir con las ventanas cerradas.

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