El gasto social

El gran dilema de un país como el Paraguay es encontrar una fórmula para producir riqueza inclusiva. La estrategia actual es endeudarse en dólares para hacer obras de infraestructura. Y con el supuesto de que estas obras viales ayudarán a la inclusión de los más pobres mejorando su acceso a los mercados, así como aumentarán la eficiencia logística de las empresas, que teóricamente se irán distribuyendo por el país generando empleo para los más pobres. Esta deuda se registra, tiene números y su destino se observa en cosas concretas. Es fácil comparar entre lo que no existía antes y lo que ahora existe, porque está en el mundo de lo concreto.

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Por Luigi Picollo

Ya la “inversión social” es algo que no es tan concreta, su verdadera necesidad se infiere por varias situaciones preocupantes. Muchas veces no la queremos siquiera notar o admitir, pues en el fondo nos da pena. No vemos la pobreza, la medimos con estadísticas imperfectas e incompletas, la percibimos en las esquinas pidiendo dinero en forma de limpiavidrios y cuidacoches, la sentimos en la inseguridad porque cuando nos agreden, en realidad nos agrede la pobreza. Si a todo este escándalo de inseguridad tan solo le cambiásemos el nombre con el de la “pobreza”, y pudiésemos decir “me asaltó un pobre que no sabía qué otra cosa mejor hacer”, entenderemos más objetivamente la realidad. Al cambiar nuestra óptica, entenderemos de inmediato la deuda en la “inversión social”.

Comprenderemos que el responsable de la inseguridad actual no se limita al ministro del Interior, sino lo es igualmente el ministro de Educación y sus antecesores, que en su momento no hicieron lo que se tenía que hacer para asegurar la formación de la juventud. Comparte asimismo esta responsabilidad el ministro de Hacienda y sus antecesores, que gastaron dinero en otras cosas diferentes a la inversión social.

En un país como el nuestro, definamos la pobreza como aquella capacidad de crear riqueza de los habitantes. Es nuestra “gente” la que debe tener condiciones de competir. El bono demográfico es simplemente una gran cantidad de habitantes disponibles a prepararse para luego emplearse. Las condiciones de preparación son las que debemos proveer.

De lo contrario, vamos a tener un bono de inseguridad, porque todos nuestros compatriotas, sin capacidad para generar su propia sobrevivencia digna, van a engrosar las estadísticas de inseguridad.

El verdadero grado de compromiso de las políticas públicas con la reducción de la pobreza y el mejoramiento de los indicadores futuros de bienestar social se mide en el monto de la inversión social. Simultáneamente, el grado de compromiso de la sociedad en crear condiciones sustentables de progreso –y así evitar la inseguridad– debe medirse según la promoción real de acciones para luchar contra las desigualdades sociales.

Entonces, cuidado con la deuda externa que se ve, para que esta no desplace a la que no se ve, porque cuando aumenta la deuda pública se reducirá la inversión social. Esto es no tanto porque haya que pagar más capital e intereses, sino porque la deuda también financia otras cosas como descalces financieros, obras pomposas pero no prioritarias, que los gobiernos y los políticos consideran más importantes y rentables en términos de votos, y así terminan desplazando la inversión en el gasto social.

Discutamos el endeudamiento –a largo plazo–, incluyendo en esa ecuación ambos aspectos: (a) la concreta inversión en infraestructura; y (b) la necesaria inversión social, la cual debe de crecer aún más. El balance entre las dos determinará nuestra viabilidad como sociedad convivible y atractiva a las inversiones. El objetivo es el mismo: el mejoramiento de la calidad de vida de la población y la potenciación de nuestro capital humano.

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